miércoles, 24 de octubre de 2012

EL POBRECITO HABLADOR DEL SIGLO XXI. ESCRITOR


DOMINGO, 21 DE OCTUBRE DE 2012

Hoja suelta hallada cerca de los cuadernos de Adán


El  dinero es una arbitrariedad. Si  mañana, todos a la vez, igual que chinos saltando sobre su metro cuadrado de tierra , decidiésemos que las cosas no valen lo que diga el FMI, o el BM, sino lo que nos dé la gana que valgan, de golpe y porrazo se acabaría la puta crisis.
Si mañana lo hiciésemos, los cuatro euros que tengo en  “La Caixa” dejarían de ser cuatro para convertirse en nada. Si embargo, mi valor y el tuyo y  aquello que tu y yo  somos capaces de hacer  se multiplicaría por 100.
Por no ir tan lejos. Si mañana decidiésemos, sinceramente, de corazón, sin  amagar un “por si acaso” en el calcetín  de la conciencia; sin camuflar un canguelis silencioso y perfectamente disimulado  en el rincón más íntimo de nuestras cobardías. Si mañana -decía-  decidiésemos, de verdad, con todas nuestras fuerzas, desplegando por doquier toda nuestra capacidad de movilización de rabia masificada, que por nada del mundo  íbamos a renunciar  a nuestros derechos colectivos para  financiar  la estafa  de nuestros bancos, nuestras cuentas corrientes dejarían de existir   y todo, tal y como lo conocemos,  se vendría abajo.
Visto lo cual, en realidad, lo que estamos dispuestos a hacer es  sacrificar nuestros derechos colectivos, los de nuestros hijos padres y amigos, en aras de los cuatro euros que cada uno de nosotros tiene en el banco, pensando con ello que, esa poca mierda que de vez en cuando vemos reflejada en guarismos grises  impresos en la pantalla azulada de un cajero automático, nos proporciona un seguridad que es incapaz de ofrecernos la unión de solidaridades compuesta por millones de personas iguales a mi.  Parafraseando a un conocido filósofo: “mi cartillica, mi copica y mi putica”. Y así es como el banco que asegura mi miseria y los tipos que lo ordeñan  me tiene cogido por los huevos hasta que, llegado el día,  éstos no sean más que una de las partes más tiernas y exquisitas que degusten los gusanos dentro de mi tumba.
Somos incapaces de reaccionar, de no ver  más solución a todo lo que nos acontece que aquello que no suponga un riesgo masivo capaz cambiar de arriba abajo nuestro más que discutible modo de vida. No nos atrevemos a dar el paso, a aprovechar este momento de la Historia para recuperar el valor de cada una de nuestras existencias, nuestra cotización real,  la que  es fruto de lo que atesoramos,  sin necesidad de que nadie imponga la cantidad por la que podemos vender nuestro tiempo y nuestras capacidades. Somos incapaces de imaginar si quiera, un día sin sueldos mínimos, o contratos blindados; sin convenios sectoriales y  sin especulaciones; sin leyes arbitrarias, o sindicatos.
De ser valientes, de reunir el coraje colectivo necesario para cambiar el estado de las cosas, nos convertiríamos, sencillamente, de un día para otro,  en   hombres y mujeres libres que viven gracias a sus  habilidades intercambiables, para que todos nos enriqueciésemos colectiva, recíproca e individualmente. Así caminaríamos nuestra existencia hasta  que por fin llegase  el día y el momento indicado por el destino, y moriríamos -porque hay que morir- sin sanidad pública ni privada, sin brujería ni hechiceros; sin  sistema educativo; sin cultura, letras,  números, arte, música, libros; sin dioses, sin dinero. Solamente la lluvia, el sol, la tierra, la humanidad,  y lo que fuésemos capaces de hacer por nosotros mismos y por nuestros semejantes.
De esa manera, renunciando a las arbitrariedades impuestas sobre las que se asienta toda nuestra vida,   podríamos reinventarnos  en un mundo sin  dueños, emprendedores y asalariados. 
Ya. Que dices que no seríamos capaces, que somos muy, muy chungos; que es nuestra naturaleza, y bla, bla, bla. Entonces, mejor seguimos con lo que ya tenemos.

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