jueves, 26 de julio de 2012

Alberto Basterrechea de Lauros. Batania.



jueves, 26 de julio de 2012

La Real Academia de Mi Padre


La carta que nos comunicaba la prohibición de hacer fuegos y de matar animales sin acudir al veterinario fue la primera de las sucesivas que iban a cambiar Lauros en la década de los noventa. Más tarde llegó otra donde se nos notificaba que Lauros pasaba a llamarse Lauroeta. Mi padre se sulfuraba:

–¡Yo he nacido en Lauros, no en Lauroeta! ¡Qué cojones me va a decir esta gente a mí de cómo se llama el lugar donde he nacido!
–Se cambia por recomendación de Euskaltzaindia, aita –le explicaba yo–. Euskaltzaindia es la academia de la lengua vasca. Lauros estaba mal dicho.
–¿Mal dicho Lauros? ¡Así lo decían mis difuntos padres!

No transcurrieron ni unas semanas cuando la correspondencia que llegaba a Lauros pasó a llevar el remite de “Lauroeta Etorbidea”. Y los cambios no acabaron ahí: más tarde se nos envió otro comunicado en el que se nos decía que el ayuntamiento cambiaba la grafía “Basterrechea” por “Basterretxea” y así sucedía también con los demás apellidos vascos. Mi padre tampoco estaba de acuerdo.

–Yo me llamo Nicasio Basterrechea Echevarría –me decía, mientra me lo ponía por escrito–. Así he firmado siempre y así lo voy a seguir firmando.
–La “ch” es de españoles, aita. La “tx” es la grafía vasca.
–¿Vasca? ¡A mí me va a enseñar esta gentuza lo que es ser vasco!

Yo me oponía en esto y en casi todo a mi padre, porque lo rechacé durante mucho tiempo y de una forma tal que afectó a mi comportamiento en la escuela. Este rechazo se manifestó de maneras muy diferentes. En la visita que hizo un equipo de psicólogos al colegio Amor Misericordioso, en la que di unos niveles asociales asombrosos que ya conté en otro capítulo, los psicólogos le preguntaron a mi madre:

–¿Cómo se lleva Alberto con su padre?
–¿Alberto? Bueno, es que...
–Mire, mire lo que ha hecho en este dibujo.

Y le enseñaron un dibujo mío en que me habían pedido que retratara a mi familia y que contenía una particularidad: mientras los rostros de mi madre y mis tres hermanas los había presentado limpios y sonrientes, el de mi padre aparecía triste y tachado:

–Fíjese. Creemos que su hijo rechaza a su padre.

No sólo lo rechazaba sino que me sentía ahogado y cazado por su figura, pues todos mis familiares me repetían continuamente cuánto me parecía a él y yo, que en principio lo había admirado más que a nadie, ya no quería parecerme en vista de cómo se desarrollaban los acontecimientos. Mi aversión llegó a tal punto que hice cosas contra natura para apartarme de él, la más grave la de mi caligrafía.

Sucedió esto cuando empecé a acudir al colegio y, a la vuelta a casa, entregué a mi hermana mayor los primeros ejercicios de caligrafía, mi mamá me mima y en ese plan. Mi hermana cogió el primer ejercicio, abrió mucho los ojos y fue corriendo adonde mi madre:

–Mira, ama. ¿A que es increíble?

Mi madre hizo lo mismo cuando nuestros familiares visitaron Lauros por aquellas fechas: les enseñaba mis primeros ejercicios caligráficos y, justo al lado, para que pudieran compararlo, algún papel escrito o firmado por mi padre:

–Mira, Emilia.
–¡Jesús! ¡Es cosa de milagro!

Mi caligrafía y la de mi padre eran idénticas. Hasta en eso coincidíamos. Al principio estaba orgulloso, porque en un mundo tan masculinizado como aquel los hijos debían seguir el ejemplo de su padre, ya he contado que una sola palabra suya me valía por los cientos de mi madre o mis profesores, pero a medida que empezó a destruirse ya no me parecieron tan buenas las semejanzas. Entonces, justo cuando cursaba sexto de EGB y las hazañas de mi padre estaban en su máximo apogeo, lanzamiento del coche por los sembrados incluido, decidí cambiar de caligrafía. Si antes escribía así: 
.

Comencé a escribir así:



Separé las letras y las hice más redondas, intenté hacerlas más claras, todo con la intención de desviarme de mi padre. Durante tres o cuatro años, hasta segundo de BUP más o menos, fui capaz de escribir con las dos grafías, porque la primera aún estaba muy asentada en mi muñeca, pero a partir de ahí triunfó definitivamente la tendencia traidora, y hoy es el día, lo digo con vergüenza, que sigo escribiendo con esa grafía que en realidad es una antigrafía, esto es, una grafía originada en el deseo de apartarme de mi padre.

Así de importante y trastornadora fue y me sigue siendo la figura de mi padre, al punto de que podría dividir mi vida en tres partes de acuerdo a la actitud que he mantenido con él: la que dura hasta los siete u ocho años, donde lo admiraba profundamente; la que va desde los ocho hasta los veintiuno o veintidós años, donde a pesar de su poderosa imantación comienzo a rechazarlo por loco y alcohólico y antivasco; y la tercera, que parte de los últimos ocho años de su vida y que dura hasta hoy, donde me nace la idea de que fue un hombre natural y ultrasensible acogotado por los seres artificiales u organizados.

Ahora que estoy en Madrid he conocido a algunos escritores que son alcohólicos y he comprobado que esa condición no los anula como personas ni les impide ser maravillosas en otros aspectos, pero en aquel entonces, cuando yo tenía diez o doce años y estaba aplastado por el conservadurismo, catolicismo y nacionalismo de los organizados, no tenía órganos en mi cerebro para romper la ecuación alcoholismo = mala persona o antivasquismo = mala persona, y eso que mi padre nunca fue antivasco sino al contrario, un vasco de un racismo muy acentuado, pero dentro de su vasquismo entraba votar a Adolfo Suárez, emocionarse con Rocío Jurado o escribir Echevarría con uve, tilde y ch, detalles estos que en aquel tiempo e incluso diez años más tarde no comprendía sino como de un antivasquismo galopante.

Por eso en este libro se escribe Basterrechea con la grafía en castellano, o se escribe Lauros cuando Lauros ya no existe en los documentos oficiales, o se dice Vizcaya en lugar de Bizkaia, por la sola razón de que así lo hacía mi padre. He intentado también recuperar la caligrafía de mi niñez, pero se me ha hecho tarde para eso, me cuesta mucho, ya no puedo. No tengo nada contra quienes escriben sus apellidos o pueblos con las grafías euskéricas y animo a todos a que los escriban como les dé la gana sin atender a los organizados porque, como diría mi padre, ¿quién es la RAE o Euskaltzaindia para decirnos cómo se escriben nuestros pueblos o nuestros apellidos? Los motivos sentimentales están por encima de los motivos ortográficos o patrióticos. Así ocurre en este libro de recuerdos, que se escriben bajo la única supervisión de la Real Academia de Mi Padre.
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