miércoles, 20 de junio de 2012

Neorrabioso


miércoles, 20 de junio de 2012

TROYA LITERARIA (479): Antonio Elorza contra Jünger


El caso de Ernst Jünger es bien distinto, pues resulta conocida su animadversión hacia Hitler, lo cual no excluye su condición de escritor que entre 1918 y 1933 contribuye a definir tanto los temas centrales como la estética del nacionalsocialismo. No es poco mérito, ni debe ser olvidado porque el autor rechazase el intento de Goebbels de inscribirle en el partido nazi. Sin duda veía en Hitler un plebeyo incapaz de llevar a la práctica su proyecto grandioso de una dictadura total, por efecto de una movilización total. Jünger estaba más cerca de los "cascos de acero", pero tampoco condenó entonces el nazismo y siguió publicando escritos, como el titulado Sobre el dolor, que se ajustaban perfectamente al patrón de las relaciones humanas del nazismo. Sería además injusto desconocer que na die en la Alemania de Weimar desarrolló con tanta coherencia y con tal riqueza de matices la perspectiva de un orden totalitario e imperialista que habría de afirmarse en el mundo por medio de una guerra también total, ganada por una raza (obviamente, la germana). El hecho de que Jünger manejase como nadie el arte fascista del enmascaramiento, con la captación del léxico del adversario -así, su protagonista histórico será "el trabajador"-, y que luego siguiera usando la máscara, rehaciendo y cortando sus escritos a toro pasado, no debe ocultar la limpidez de una trayectoria que, iniciada en 1920 con En tempestades de acero (el "en" es imprescindible), culmina en 1932 con El trabajador, pasando por La movilización total, de 1930, y por sus colaboraciones precedentes en una larga serie de revistas de extrema derecha.

El hilo conductor es bastante sencillo. La gozosa vivencia del frente, experimentada en los asaltos donde se imponen la técnica y el furor teutonicus, se cierra para Jünger con un momento de consagración, punto final del primer libro -citado: la citada atribución de la estimadísima Orden del Mérito que creara Federico II de Prusia. Detrás quedaban las múltiples experiencias en que la destrucción del otro, el grandioso paisaje de la muerte, incluso su olor, se habían traducido para él en goce estético y en sentimiento de serenidad (algo que tantos alemanes tendrán ocasión de repetir entre 1939 y 1945). En El combate como experiencia interiorexplicará "Ia voluptuosidad de la sangre", cuando en un asalto se acaba con el adversario. Si alguien no entiende esa grandeza de la guerra, es pura y simplemente "un esclavo". Sólo que Alemania capitula. A partir de este momento, el joven oficial se dispone a extraer las enseñanzas de la guerra, para relanzar el proceso interrumpido en noviembre de 1918 y combatir la amenaza de la consolidación de una sociedad burguesa. Si, en el fascismo italiano, el espíritu del ex combatiente se integra en el movimiento fascista con la incorporación de la violencia, de los usos y símbolos militares, para Jünger es la movilización total, esbozada en la gran guerra por Alemania, lo que debe constituirse en fulcro de un nuevo orden político y social asentado sobre la jerarquía y la voluntad expansiva. Los valores burgueses, con las elecciones, la libertad de prensa, la concepción pluralista de la sociedad, serán sustituidos por el modelo de organización ya experimentado por el ejército en guerra. El nacionalismo ha de ser la energía que inspire la transformación, fijando "tareas de rango imperial", mientras el socialismo proporciona "el presupuesto de organización totalitaria rigurosísima", equiparable a la militar. Nacionalismo imperialista y socialismo en cuanto militarización fundidos. Resulta evidente que Jünger no es un simple fascistoide: es un perfecto nacionalsocialista.

Como protagonista de la nueva era, nos presenta la figura del trabajador, pero el trabajador de Jünger nada tiene que ver con el productor o el proletario, cuya figura descalifica en los términos habituales del vocabulario fascista ("burgués sin cuello duro", "masa de viejo estilo"). El trabajador jüngeriano es el encargado de incorporar los valores surgidos de la experiencia de la guerra para la definición de una nueva humanidad, por medio de una nueva guerra, esta vez total y mundial. El trabajo no tiene nada que ver con la economía ni con la técnica, ni éstas pueden vincularse entre sí, sino que revisten un carácter mágico, instrumental para la afirmación de "una moral guerrera de rango supremo" en la transformación del mundo. No en vano, mediante una nueva captación, Jünger contempla el futuro acudiendo a la metáfora de una turbina que rezuma sangre. A fe que acertó, aun cuando los ejecutores no fuesen los seres excelsos que proponía en su libro. El relato alegórico de Sobre los acantilados de mármol (1939) sirve habitualmente como prueba de ese distanciamiento.

A partir de los años cuarenta, el pensamiento de Jünger sigue otras líneas, pero el juego peligroso de 1932 no se ha borrado por completo. En Heliópolis (1950) o en La emboscadura(1983), la reivindicación de las minorías superiores sigue en pie, así como una reflexión conscientemente ambigua, en que el blanco de las críticas es en apariencia una vaporosa dictadura demagógica, que evoca en sus rasgos formales al nazismo, pero puede ser también, y de hecho lo es en el segundo libro citado, la democracia. Con todas las cautelas propias del usuario de la máscara, genio y figura. Como ha recordado Duby, el bosque constituía el espacio (de la depredación y los excesos para el caballero feudal. Sigue siendo el de la irracionalidad y el mito para este singular heredero suyo, para quien la mayoría no quiere la libertad, patrimonio en cambio de un emboscado que proclama "el poder cósmico y eterno del hombre" en medio de una maraña de enemigos y agresores. El Emboscado sucede al Trabajador. "Los hombres libres son poderosos, aunque constituyen únicamente una minoría pequeñísima". Lo suficiente quizás para empezar de nuevo y reabrir las viejas y trágicas heridas.


ANTONIO ELORZA, Antiguas heridas, El País, 24 de marzo de 1998. Todo el artículo AQUÍ
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