lunes, 4 de junio de 2012

NEORRABIOSO



lunes, 4 de junio de 2012

EL HIJO DE PUSKAS: La última piña (y IV)


El resentimiento que empecé a incubar contra él por culpa de su maldita superioridad en los lanzamientos acabó siendo de tal calado que dio pie a uno de los episodios más miserables de mi existencia, el que sucedió cuando mi padre agonizaba en el hospital de Cruces y me vino a la cabeza el pensamiento de que en ese instante podría ganarle lanzando una piña.

Esto es, quiero decir, me explico.

Tu padre está tendido en la cama como una peladura de plátano, muriéndose como les gusta morirse a los muertos, probándose las distintas caras de muerto, las diferentes posturas del cadáver, y tú, en lugar de sufrir y padecer con él, en lugar de darle tu calor y tu afecto o tu simple compañía, te pones a pensar con mezquindad y con el colmillo goteante en que ahora ya no podría ganarte en el lanzamiento de piñas.

Ahora sí que te gano, ahora te aplasto, cabrón, ahora me voy a vengar de las doscientas veces que te dejaste ganar para humillarme.

Ahora que estás enchufado a los cables, ahora que estás amarillo, ahora que estás entre botellas de suero, ahora te gano, yo-te-gano.

Ahora que has perdido veinte kilos en quince días, ahora que los médicos te dan unas semanas de vida, ahora es el momento.

Hay que ser miserable. Luego me gusta mucho hacer de moralista universal y condenar a Putin u Obama o a los paramilitares de alguna aldea de Latinoamérica, pero..., ¿para qué me voy tan lejos, si para condenar al homo sapiens tengo alguien más a mano, si la sentina que es el hombre y la existencia y la humanidad entera empieza en mí, tiene en mi persona a uno de sus ejemplares más representativos?

No me flagelo más porque la causa y culpa de todo esto la tiene mi propio padre. ¿Quién se preocupó sólo de enseñarme a ganar? Mi padre. ¿Quién me decía siempre que ser feliz era un asunto de segunda categoría? Mi padre. ¿Quién me alertaba siempre contra la amistad? Él. 

A veces creo que en este libro estoy utilizando su figura para mis fines, pero otra veces pienso justo lo contrario: ¿no es mi padre el que me está utilizando a mí? ¿No es él quien me ha creado para permanecer, para sucederse, para prolongarse, para vengarse? Pues, si no fuera por su muerte, ¡qué me importarían los organizados, esos insectos que no merecen más que indiferencia! Pero ahora los odio y, si pudiera, intentaría destruirlos. ¿No es mi padre el que me lanzó desde su lecho de muerte, el que, entre botellas de suero y cables conectados, hizo su último y más increíble lanzamiento? 

¿Qué hago en Madrid? ¿Quién es Batania? ¿Por qué he comenzado a escribir, si la escritura me cuesta y no tengo vocación y me causa sufrimiento? ¿De dónde me viene este misoneísmo y esta estúpida megalomanía? Pienso. Me toco. Me escucho. Zium, zium. Este sonido extraño de mi respiración. Esta fuerza asombrosa que me mueve. Este algo superior a mí, zium, zium, como si fuera llevado, zium, como si fuera motorizado, zium, dando vueltas enloquecidas, zium, zium, zium.


Yo soy la piña.
.



BATANIA / NEORRABIOSO: El vuelo del pequepájaro sobre la jirafaronte

Foto de ANELE

Creo que mide 1`80. No conozco su altura exacta, nunca se lo he preguntado, pero la mujer que amo es larga como una línea de renfe o como una trenza de cebollas amarillas. Ella me jura que ya ha dejado de crecer, pero yo no me fío del todo. Me acerco a su cuerpo con la piel como navaja, queriendo besarla entera y en todos sus azules, pero pronto me voy aburriendo y al de una hora me siento cartón piedra, carne de lunes, derrotado. Quiero besarla al completo pero sólo alcanzo a besarla a trozos.

Al principio quise ocuparla sin mayor cuidado, empezando por cualquier parte, como si aquello fuera un centímetro o una losa menchevique, pero fue a la segunda semana, después de pasarme cinco horas besando su brazo izquierdo y darme cuenta de que aún no había pasado de la muñeca, cuando comprendí que mi novia no es una novia standard. Qué va a ser standard: mi novia es el transiberiano.

No por ello me rendí sino al contrario: comencé a trazarle mapas a bolígrafo, acordoné zonas de su cuerpo, hice cuadrantes, contraté perros y hasta helicópteros, no escatimé en medios, nada me parecía bastante. Hasta me acostumbré a clavar, cada vez que terminaba mi jornada de besos, un letrero en su piel donde decía “Precaución: zona de Natalia YA besada”. Gracias a estos detalles y a los turnos intensivos de quince horas diarias, logré cubrir de besos el 3% de su cuerpo en tan sólo una semana, pero también sufrí la lógica fatiga y hasta algunos desfallecimientos, todos producidos por la magnitud de su territorio. Dos labios dan para mucho, pero sólo son dos labios. Y lo peor es que ella lo notaba, se da cuenta:

–¿Qué te pasa?
–Nada.
–¿Es por mi altura, verdad?
–No, claro, qué tontería.

Nunca le he dicho nada por este motivo, y ello por cuatro razones, que son las siguientes: una, dos, tres y cuatro. Además, su largura también tiene sus ventajas: ¿Sabéis lo maravillosos que son los abrazos de las mujeres largas? ¿Los habéis probado? Cuando una mujer así te rodea con sus brazos hasta dar cinco o seis vueltas sobre tu cuerpo, la sensación es indescriptible, uno se siente más abrazado que nunca. También cuenta con otras ventajas:

–Natalia, ¿Me alcanzas la sal?
–¿Qué sal?
–Aquella. La que está seis mesas a la izquierda.

Y la alcanza, no miento, nunca falla. Sus gadcheto-manos son tan portentosas que llegan a todo objeto situado diez metros a la redonda, aunque también conllevan sus problemas, sobre todo en el metro, donde tengo que controlar sus efusividades. El martes pasado, por ejemplo, dio un manotazo sin querer a un viajero que iba en el vagón siguiente, y eso que le tengo dicho que, al menos en los lugares públicos, debe ir con los pies juntos y los brazos cruzados, pero no siempre me hace caso.

Así es mi vida y mi amor con la mujer longilínea. Parece complicado pero nos vamos acostumbrando. Tú eres el pequepájaro y yo la jirafaronte, me dice, siempre traviesa y habilidosa acuñando palabrujerías. Alguna vez le he comentado que quiero escribir algo sobre su largura y ella me ha respondido que bueno, que le parece bien, que escriba lo que quiera a condición de que no exagere. Y yo pienso que eso de que no exagere sobra, ¿no? Porque yo soy un escritor realista y minucioso, casi fotográfico: no se me ocurriría nunca contar un detalle que se desviara un sólo centímetro de la realidad. Como todo el mundo sabe.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...