martes, 22 de mayo de 2012

Rafael Reig. Escritor.


Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

Atentado fallido

El sábado teníamos un plan perfecto para volar por los aires el arsenal de la Marina en Cartagena, donde había quedado con mi cómplice, Antonio Orejudo (nombre en clave, por supuesto).
Contábamos con artefactos de fabricación casera y unas identidades fingidas: nadie sospecharía de dos plumíferos que, sobre el papel, no tienen otro objetivo que ir a la Noche de los Museos para hablar de sus libros y tirarle los tejos a las chicas más pizpiretas que hubiera entre el público. ¿Quién iba a adivinar que tras esas inocentes, aunque aburridas máscaras se ocultaran los rostros de dos implacables terroristas, quizá de los más buscados?
Lo peligroso de las tapaderas es que se apoderan de uno y al final se convierten en lo único que somos: acabamos hablando de nuestros libros hasta provocar bostezos y tiramos los tejos, que rebotaban como en un frontón golpeándonos de vuelta en la frente.
Aún tengo el chichón que me hizo la rubia.
Lo que dio al traste con nuestro plan perfecto fue una casualidad, un imprevisto, un accidente fortuito, como de costumbre.
Iba dando un paseo con Violeta, que se sentó en un muro frente al antiguo lavadero municipal.
Tal que así:

Parecía cómodo el sitio, así que me subí. Al bajarme de un salto me hice tanto daño que sólo pude pensar en lo viejo que estaba.
Pese al consumo intensivo de analgésicos (Cutty Sark, principalmente) el dolor aumentaba y mi movilidad se reducía, hasta tal punto de que mi amigo Eduardo Gómez de Enterría decidió hacer uso de la fuerza para obligarme a ir a ir a que me lo vieran.
Le expliqué al fisio que tenía una misión (secreta) que cumplir en cierta ciudad mediterránea, no di nombres ni datos, y me hizo un vendaje con el que según él quizá lograra resistir.
Quizá.
-Ahora bien, ni se te ocurra cojear. Anda todo lo despacio que quieras, pero pisando bien. Si no, mejor que no andes -me advirtió.
Me perdí el jueves la presentación de la nueva novela de Almudena Grandes, me perdí el viernes una comida en Hotel Kafka y el sábado, a las siete de la mañana, pisando huevos pero sin cojear, me subí en el tren rumbo a mi misión secreta.
Una cosa es el activismo clandestino y otra la mortificación, así que en cuanto localicé a mi cómplice nos fuimos los dos a un restaurante de pescadores, a la orilla del mar, donde nos comimos una dorada a la espalda, unos boquerones y unos chopitos.
En cuanto llegué al hotel pedí dos bolsas de hielo, una para el pie y otra para el whisky.
Me hizo mucho más efecto la segunda bolsa.
El caso es que apenas podía andar, así que mi cómplice y yo tuvimos que abortar el atentado y concentrarnos en la tapadera.
Jugamos en un bar agradable unas cuantas partidas.
La cara de Orejudo (nombre en clave) ¿qué dirías tú, que es de ganar o de perder esa partida?
Luego nos fuimos a la muralla púnica a hablar de nuestros libros. Decidimos que el asunto de la charla sería: cómo logramos lo que queríamos, ser escritores, y lo que nos ha pasado por haberlo conseguido.
Lo pasamos muy bien, aquí hay una foto que puso en su twitter Luis Alcázar:
Luego le tiramos los tejos a las chicas, que decían, como cuando éramos pequeños: rebota, rebota.
-Anda, si es una venda -me dijo una, señalando mi pie derecho.
-Claro.
-Pensé que se te había olvidado ponerte el otro calcetín. Como los escritores sois así…
-¿Así cómo? ¿Como de llevar calcetines blancos y encima olvidarse de uno de ellos?
Para que veas qué concepción tienen algunas personas del abnegado oficio de novelista.
Luego vino lo más vergonzoso.
Patético inclusive.
Mi cómplice y yo nos habíamos olvidado de sacar dinero del cajero automático, eran casi las tres de la mañana y estábamos en mitad de ninguna parte.
Tuvimos que hacer una colecta entre el público para poder volver al hotel en un taxi, dada mi movilidad reducida ya casi al mínimo.
-Es muy triste escribir pero es mejor que robar -decíamos.
-Somos novelistas y tenemos familias que mantener -implorábamos.
-No es para vicios -explicábamos.
Tanta lata dimos que al final conseguimos juntar unos diez euros en moneda fraccionaria y volvimos en taxi al hotel.
El conductor, cuando le pagamos con calderilla, se convenció de que acabábamos de reventar una cabina de teléfonos o una máquina expendedora de refrescos.
Pedí en recepción mis dos bolsas de hielo y me fui a la cama.
Sin cojear, aunque tardé más de hora y media en llegar a la habitación.
Lo que más rabia me dio es que el arsenal se quedó igual que estaba, míralo, tan campante:
Otra vez será. La próxima no habrá fallos. Cambiaremos de objetivo.
Quizá, por qué no, como en aquella novela de Conrad, ataquemos sin piedad al mismísimo meridiano de Greenwich a su paso por los Monegros… pero estoy hablando demasiado, ¡las paredes oyen!

1 comentario:

  1. Pues vaya cutreatentado, chato! ¿no hay mejore orjetivos?

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...