jueves, 19 de abril de 2012

Rafael Reig. Escritor. Blog amigo.


Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

¿Todo está perdonado?

Lo más duro de la política (eso que los periódicos llaman política) es que cada vez nos exige más conocimientos teológicos.
Empecé a estudiar teología para aclararme un poco con los etarras. ¿Se arrepentían o sólo decían que se arrepentían?
Grave asunto teológico, pero había que entenderlo y por eso, aunque ateo, volví a repasar los catecismos.
No fue bastante y tuve que desempolvar el libro de Deaño sobre lógica formal, para lograr desentrañar por qué ciertas condenas de la violencia eran válidas y otras no.
Por ejemplo: si haces dos condenas de la violencia (la de unos, pero también la de otros), la suma de ambas invalida la primera condena. Portentoso. A ver quién es capaz de razonar en proposiciones lógicas esta doble negación que se convierte en afirmación.
Siempre creí que a Luis Buñuel le gustaba la teología porque le ayudaba a entender la España de Franco. Puesto que vivimos todavía bajo el ahijado al que Franco designó “sucesor a título de rey“, hoy sigue haciendo tanta falta como cuando Buñuel rodó Viridiana.

Aquí está Luis Buñuel, que presumió siempre de no haberse quitado el sombrero ni la boina en presencia del abuelo del tipo este que tenemos nosotros “a título de rey”, tal y como decidió el Caudillo:


Le gustaba mucho disfrazarse, por cierto, sobre todo de monje o de cura:

Todo aprovecha en esta vida y mis esfuerzos por captar la esencia teológica de los asuntos de la lucha contra ETA, mira tú por donde, vienen bien para intentar comprender los alambicados puntos de doctrina que debate la babeante y adulona respuesta de los medios y los partidos a las ya legendarias  Once Palabras del Calvario del Borbón: “Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir“.
Para pedir perdón son necesarios (entre otros) dos requisitos fundamentales: el dolor de los pecados y el propósito de enmienda.
Propósito de  enmienda sí declaró el Borbón (“no volverá a ocurrir“), pero en cuanto a su dolor (“lo siento mucho“) es donde la cosa se complica.
Los doctores, que a puñados tiene la Iglesia, distinguen entre la contrición y la atrición.
El dolor de atrición, como bien explicaba el Concilio de Trento, lo provocan el miedo al infierno, la propia fealdad del pecado o el miedo al castigo.
Es insuficiente, aunque puede abrir el camino hacia la contrición perfecta.
Para Lutero, el dolor de las pecados que procede del miedo al castigo era pura hipocresía, y creo que no le faltaba razón.
La contrición es el dolor, no por las consecuencias del pecado, sino por la propia fealdad del pecado (y por haber ofendido a Dios, claro está).
En fin, veamos:
¿Qué es lo que siente, de qué se duele el Borbón?
De que por culpa de un resbalón le hayan pillado, obviamente, porque si no, nadie se habría enterado de nada.  También se duele del escándalo en la prensa, es decir, de las consecuencias de su “equivocación”, que podrían no haber hecho más que empezar.
Hasta mi hija entiende que pedir perdón para evitar el castigo o las consecuencias de tu “equivocación” no vale.
Salta a la vista que, con este marrullero e interesado dolor de atrición, que sólo busca librarse del castigo, no es posible obtener el perdón de los pecados.
Prepara el camino, sin embargo, hacia la contrición perfecta.
Sin embargo, supuesto que haya hecho examen de conciencia y probado que se duele de sus pecados (por los motivos que sean) y que declara propósito de enmienda, aún faltan dos requisitos básicos: decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia.
Aquí es donde desempeñará el papel protagonista nuestro clérigo cerbatana, Fray Rubalcaba, que ya ha declarado, frotándose sacerdotalmente las manos, su intención de absolver al rey, previa confesión en privado y penitencia secreta.
Por lealtad bien entendida, que es la que se debe al amo y no a los ciudadanos.
¿Le obligará a llevar cilicio? ¿A aplicarse la Ley de Transparencia? ¿Le propinará una azotaina, antes de absolverle?
Aquí vemos a Fray Rubalcaba, sin barba, aplicando un correctivo a una revoltosa del 15-M.


Por mi parte creo que la absolución es la abdicación.

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