domingo, 8 de abril de 2012

Neorrabioso



domingo 8 de abril de 2012

EL HIJO DE PUSKAS: La última piña (I)


No empecé a darme cuenta de mi padre hasta ocho o nueve años antes de su muerte, cuando fue ganándome la idea del talento que contenían aquellos ramalazos suyos de locura o alcohol o ignorancia, lo mismo cuando sembraba patatas que daba de comer al ganado o comentaba los asuntos políticos de los países más remotos. Me recuerdo con seis años siguiéndole por los montes de Lauros, caminando con la boca abierta de tanta cuesta arriba, cuando de pronto dibujaba una cara de mucho secreto y me decía:

–Atención, cuidado con andar por aquí con la boca abierta.
–¿Por qué?
–Porque te puedes tragar un caballo.

Y rompía a reír con esa risa suya que no era una risa de boca sola o dientes solos, sino una risa de boca y dientes y manos y brazos y piernas en completo desorden, una risa estridente que se propagaba. No eran aquel tipo de frases ocurrentes, sin embargo, que también escuchaba en labios de los laurotarras más inteligentes o fabuladores, lo que más me impresionaba de él, sino sus manifestaciones de fuerza y su constante agonismo, aquel que se acrecía en la pugna y que le hacía volcar toda su energía en insuflarme pasión por la victoria. La primera vez que me llevó al pinar de mi tía Eugenia a recoger piñas, aquellas que iban a servir de combustible para calentar la chapa sobre la que nos resguardábamos del frío en invierno, de pronto cogió las dos piñas más grandes que pudo y, tras darme una y señalar a lo lejos, me dijo:

–Lánzala, a ver si eres capaz de ganarme.

Y yo, niño caín por entonces, todo huesos y rodillas sucias, tomé carrerilla e impulso y con la mayor de mis fuerzas blufffffffff, lancé la piña lo más alto que pude, pensando ingenuo que se alcanza mayor distancia aprovechando la altura, y a pesar de mi lanzamiento ridículo conseguí vencer a mi padre, como siempre le vencía en todos los desafíos, pues hizo un lanzamiento aún peor con la sola intención de que yo ganara.

–No sé qué me pasa –se justificaba–. Con lo que odio perder.

Y se puso a fingir una disconformidad exagerada consigo mismo, tan infantil que hasta se sentó en el suelo y se dio a mirar al horizonte, la mirada perdida y enfadada, como diciendo no entiendo por qué he lanzado tan mal, hoy no es mi día, etc. Pero entonces ocurrió uno de los recuerdos más felices y primeros que tengo sobre mi padre: cuando se encontraba todavía fingiendo su enfado por aquella derrota, cogió otra piña y, tras decir que iba a lanzar fuera de concurso “para quitarse el mal sabor de boca”, la lanzó hacia adelante.

Lanzó la piña plana, recta, cortada.

Lanzó la piña con seguridad y fuerza, con rabia y determinación, con la mirada violenta.

Lanzó la piña y la piña avanzó vertiginosa, subiendo poco a poco, haciendo zium, zium, dando vueltas enloquecidas, como si fuera motorizada, hasta que desapareció en la espesura de hayedos y matorrales. Era increíble. Qué lanzamiento. Yo estaba maravillado, pero mi padre seguía haciéndose el enfadado:

–Nada, nada, a buenas horas me sale este lanzamiento. Esto no vale para nada.

Y todavía, más tarde, después de comer, en el momento en que me vio solo, con una manera de coimportarse que iba a repetir muchas veces conmigo durante mi niñez, como dirigiéndose a mí sin querer pero con toda la intención, me preguntó:

–¿Qué te he dicho esta mañana después de lanzar la piña, que ya no me acuerdo?
–Que ganar fuera de concurso no vale.
–Eso es.

Y siguiendo ese sistema de diálogo al que ya me he referido en otro capítulo y que era común entre los laurotarras poco habladores, que salvo Higinio eran casi todos, según el cual una conversación de dos frases mantenida a las once de la mañana podía continuar cinco horas después, todavía remataba, mucho más tarde, dando por hecho que yo lo recordaba todo:

–Para nada. No vale para nada.
.

Entrevista en "La noche tuerta", de Tele-K

.
Esta entrevista me la hicieron a finales de noviembre y desde entonces ya me ha dado tiempo a cambiar de opinión en más de diez cosas, pero aquí la dejo:
.


1 comentario:

  1. A este Batania lo quiero como su tía la del pueblo que soy, y a su padre y a su Natalia. Es mi sobrino preferido. Un abrazo sobrino, es que vales un tesoro, un potosí.

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...