viernes, 20 de abril de 2012

NEORRABIOSO. El hijo de PUSKAS.


viernes 20 de abril de 2012

La Guerra de las Malvinas

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No se perdían un solo telediario, al que seguían llamando parte, y al contarme las noticias más sensacionales nunca se olvidaban de referirme el presentador que las había pronunciado, Basterrechea, no sé si te has enterado, los Juegos Olímpicos serán en Barcelona, lo ha dicho Olga Viza, Prosinečki ficha por el Madrid, lo ha dicho Pedro Piqueras, ya hay tres millones de parados, lo ha dicho Elena Sánchez, no les dará vergüenza, etc. También leían muchos periódicos sin fijarse en la fecha: los aldeanos que yo conocí en Lauros daban el mismo valor al periódico de hoy que al de ayer. Era normal encontrárselos sentados en un taburete, a la sombra del portal, leyendo con dificultad un diario de tres meses antes.

–Pero hombre, Jesusín, qué haces leyendo un DEIA del año pasado.
–Qué más da. Todos dicen lo mismo.

En el caserío Etxebarri había ejemplares de La Gaceta del Norte una década después de que ese diario cerrara, y yo mismo pude leer, en páginas amarilleadas de El Correo Español, todas las operaciones militares de la Guerra de las Malvinas, jornada a jornada, ocho o nueve años después de los sucesos. Los aldeanos leían sólo los titulares, claro, o recurrían a mí para que les leyera algunos editoriales o asuntos de calado, porque la mayoría de ellos no estaban completamente alfabetizados y manejaban un vocabulario de muy pocas palabras.

–A ver, Astobieta, tú que tienes estudios, ven aquí.
–Dime.
–¿Qué significa “replicó”?
–¿Replicó? Como “contestó” o "respondió".
–¡La órdiga! ¿Y por qué no ponen “contestó”? Estos periodistas..., bah. Sólo saben enredar.

A pesar de este fervor, ninguno de aquellos aldeanos, tampoco mi padre, consideraban las versiones de la prensa o de los telediarios más que como majaderías o comedias fantásticas. Consumían prensa y televisión para estar al tanto de las mentiras del mundo y hacerse una idea proyectada de la verdad, pero tenían a los periodistas como meros transmisores de lo que ellos llamaban “accionistas”. El poder, decía mi padre, no estaba en manos del rey ni del presidente ni de los ministros, sino en manos de los “accionistas”. Si el Athletic de Bilbao marchaba mal clasificado, por ejemplo, no se debía al entrenador ni a los jugadores ni a los rivales:
–Hacen falta accionistas. Gente de Neguri. Un De la Sota, por ejemplo. Que venga un De la Sota y verás qué rápido mejora el Athletic.

Los accionistas que se imaginaban mi padre y otros como mi padre eran seres todopoderosos que compraban los árbitros, pactaban los resultados y ordenaban a los jugadores marcar o fallar los penaltis. Mucho antes de “El show de Truman”, los aldeanos de Lauros que conocí daban por hecho que el mundo era eso: mano en la sombra, feria de títeres, Gran Hermano, pacto entre bambalinas, mentira.

Tenían sus propias maneras de estar informados. Cuando sucedía algo importante, mi padre arrancaba su erre seis amarillo y se iba a Gatika, donde formaba una troika con otros dos aldeanos, o a Lezama, donde nutría un pentágono con otros locos como él. Las conclusiones a las que llegaban tras horas de debate superaban con mucho el realismo mágico. Recuerdo aquella huelga de transportistas que dejó vacíos los anaqueles de los supermercados; mi padre y su consejo senatorial lo tenían muy claro:

–La huelga la ha organizado Eroski.
–¿Eroski? ¿Qué tiene que ver el supermercado Eroski en esto?
–Está claro. La han organizado para vender los yogures atrasados, la verdura que tienen a punto de tirar, la carne, todo. Se están hinchando a ganar dinero.

Esta manera de razonar valía tanto para asuntos internacionales como para asuntos recoletos. Cuando volvieron los jabalíes a Lauros, por ejemplo, después de años ausentes, y destrozaron algunas cosechas, mi padre arrancó el coche, se reunió con su comité de sabios y volvió enseguida con otra explicación estupefaciente:

–El francés. Ha sido el francés.
–¿El francés? ¿Qué francés?
–Los franceses no nos pueden ni ver a los vascos. Vienen por la noche con helicópteros y lanzan desde el aire culebras, jabalíes, lukis, de todo. El francés. Menudo bicho el francés.

Yo le hacía notar a mi padre que la aparición inesperada de los jabalíes entraba dentro de lo normal, porque son animales que pueden recorrer más de cuarenta kilómetros en un solo día. O que la historia de sus sabios flojeaba desde el punto de vista logístico, pues no hay manera de lanzar jabalíes desde un helicóptero sin peligro de muerte para los animales:

–Coplas –me decía–, no tienes más que coplas. No sé que te enseñan en el instituto.

También creía a pies juntillas que el hombre no subió a la luna. Que Maradona triunfó mientras tuvo a los accionistas de su parte y se hundió en las drogas cuando éstos le abandonaron. Que el Rey y ETA eran amigos: el asesinato de Carrero Blanco era un favor que ETA le había hecho al Rey para que pudiera coronarse sin tutelas de nadie. Esta descacharrante teoría, aunque parezca mentira, era mayoritaria en los caseríos de Lauros.

–No digáis tonterías –les decía yo–. Hace nada ETA preparó un atentado contra el Rey en Mallorca. Hasta han salido fotos del Rey sacadas por los terroristas.
–Y eso..., –me preguntaban–, ¿cómo lo sabes?
–Joder.., –replicaba yo–, lo sabe todo el mundo. Ha salido en los periódicos, en los telediarios...
–¡Ja! –contestaban triunfales–. No nos digas más. Periodistas. Todo mentira. Todo lo tapan.

Así eran aquellos aldeanos increíbles. No podían sufrir la verdad oficial, la verdad que es mezquina y es pequeña y es mentira. Se reunían a la sombra de un castaño en conciliábulos de queso, chorizo y chacolí y se fabricaban su propia verdad, una verdad que también era mentira pero era asombrosa y era grande y era propia. Todavía puedo oír el sonido de los vengativos helicópteros franceses lanzando jabalíes nocturnos en los maizales de Lauros. Puedo ver al Rey guiñando el ojo a Artapalo mientras le entrega un maletín colmado de millones. Puedo recordar la rabia que sentí aquella tarde, al ojear en Etxebarri ejemplares antiguos de El Correo Español, cuando supe por primera vez y con ocho años de retraso que los malditos ingleses habían ganado la Guerra de las Malvinas.

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