Sobre la ambición y el éxito

 
 
 
 
 
 
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No es la ambición, es el éxito. Casi puede convertirse en una costumbre, se sujeta en la mano como una cosa de verdad, digamos, una castaña. Se tiene así pesando en la palma, empujando débilmente hacia el suelo. El éxito, digo. Pero la ambición es una sed que no sacia, el esprint constante y de ensueño en el que apenas se avanza, una puerta entornada que se aleja. Cierto es que garantiza el movimiento, pero no garantiza el rumbo. Ambiciono a tal mujer o tal palacio, se dice, pero la propia palabra en la lengua dilata los espacios y desdibuja las formas.
Casi puede convertirse en una costumbre el éxito, venga a golpear la puerta o se le aplique disciplina de salabre. El animal del éxito es diferente en razas y tamaños, la huella fósil en la piedra de mostrencas victorias, o el avispero de menudos triunfos. Basta con alargar la mano hasta aquí, hasta allá, viajar a Quebec en un globo sin timonel. No es una gran cosa, está en el exacto lugar donde lo quisieron sembrar los deseos de los hombres. Florece. Se deja vendimiar, busca quien lo adueñe.
Nunca creí decirlo pero recomiendo al hombre se aleje de la mitografía, que no acuda a los palacios de espejos, que se contemple en campo abierto y mida su brazo con su brazo, sombra y silueta. Es hombre, siendo más fuerte que los dioses no ha de creer en su parnaso. Somos de la tierra y solo desde el polvo se hallará la inmortalidad.

Acerca de Gah

Mentir cansa mucho
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