jueves, 19 de abril de 2012

Jean Tarrou - Natalia. Escritora y poeta.

(8)

Se declaró insolvente hace un año, y así tiene que seguir cuatro más, pero tampoco pretende quitarse de eso, está muy bien así. Estuvo un tiempo en una okupa grande, hasta que desalojaron, luego se coló en un ático de Barcelona, un compañero que vivía abajo le contó que lo tenían vacío hacía años, pincha la luz desde su casa y pagan a medias. Los viejos del bloque piensan que es el inquilino nuevo y están encantados.
Al tiempo me dijeron que le faltaba un dedo, alguien con quien hablé se había fijado en eso, yo solo lo vi descalzo rondando en torno a la asamblea, distante, empático, con una sonrisa grande y puntiaguda, la camisa naranja suelta, abierta, ajada. Hablamos algunas veces, tenía los dientes pequeños, eso sí lo sé, y era delgado como un galgo. No puedo creer que se me pasara por alto lo del dedo, si estuve pendiente de cada movimiento suyo una semana.
Me comenta que se pasa por la universidad de oyente, y que se saca algo convirtiendo el aceite usado de los restaurantes en biodiesel. Ha venido a la contracumbre por casualidad, otro iba a venir pero al final no pudo, así que escaneo el billete de ryanair y cambió los datos con photoshop. Nadie en el aeropuerto se dio cuenta.  
Es de noche y tensa, se prepara una historia fuerte para por la mañana. La gente suelta una risa de hiena, pero en los ojos de alguno se pueden ver motas de miedo. Una llamada de teléfono, quizás falsa, quizás solo un rumor temeroso, nos advierte que la policía podría venir, desalojarnos por la fuerza esta misma madrugada antes de que llegáramos a montar lo nuestro. Se organizan turnos de vigilancia, que siempre haya alguien velando al resto que duerme.
Trota sus sienes alegres por el pasillo azul, todavía descalzo. Solo de verlo caminar una se siente un cobarde. Me lo quedo mirando venir y es como si abriese surcos, o como si flotase, no sé decir. Sonríe tal que  esa gente que sonríe por nada, por nadie, siquiera para sí mismo. Pienso, no sé por qué, tal vez porque viene de la cafeta, en los portugueses, en el velo de automatismo que traen los portugueses en la mirada. Seguramente no es cierto, me digo, o es solo que viven borrachos, pero es tanta la diferencia. Los portugueses también irán mañana a la acción, como él, y en ellos tampoco se aprecia miedo. Se me ocurre que es distinto porque él tiene una sonrisa pequeña, treinta y tantos dientes menudos que lo hacen más humano, una mirada descalza que se pasea como agradeciendo al pavimento el que sostenga su cuerpo de angula. ¿Pero y los portugueses qué? Que no sean simpáticos no significa nada, están para lo que están, para lo que estamos todos, para plaga. ¿No había dicho yo eso?
Mucho más tarde un grupo de veinte se levanta y se va, él está entre ellos. Van a dormir en otra parte, por lo que pueda pasar en la facultad. Los que tienen la responsabilidad más grande, el riesgo mayor, tienen que pasar la noche en otra parte, para asegurar que al menos eso salga bien mañana.
La siguiente vez que lo vi traía una especie de grillete en cada mano, cadenas que un policía había tenido que serrar. Era divertido verlo con su aire de pirata famélico y esos pocos eslabones colgando en las muñecas. Tampoco entonces me di cuenta de que le faltaba un dedo, pero juro que miré hasta cansarme los ojos las manos, como había mirado sus pies la otra vez.
Por fin la última noche logro tenerlo un rato para mí. Le hablo de libros, lucho por mostrar mi perfil más ácrata y más elocuente. Creo que entonces me cuenta cómo vive y cómo ha llegado estafando a la aerolínea. Aquel chico era un abismo inabordable, no era ya su destello alegre sino que cada palabra dicha se volvía un dardo, un peldaño roto, admiración que duele y hace una sombra oscura. Él no deja de mirarme y sonreír y hasta me acaricia un tobillo, pero ya no hay nada que hacer. Luego se va a dormir, antes hablamos de que a lo peor mañana no consigue subirse al avión y a mí se me enciende algo, no sé qué es pero tiene un gusto pálido a rencor. Pone en mi espalda su mano de cuatro dedos, solo cuatro, pero yo no me doy cuenta.
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Poesía XXI – Semana Complutense de las Letras

Después de mucho procrastinar y mucho galimatías de última hora. Por fin están confirmadas todas las actividades de nuestro ciclo monográfico sobre poesía contemporánea Poesía XXI, inmerso en el encantador maremágnum de actividades culturales, literarias y lúdicas que se desarrollarán en la Semana Complutense de las Letras, del 23 al 27 de abril.
Aquí los carteles de convocatoria:

¡Otra actividad de la Semana de las Letras en la que colabora la asociación. Vente a recitar antipoemas y llévate un libro de regalo!


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Fragmento de Pedro Páramo – Juan Rulfo

Estoy acostada en la misma cama donde murió mi madre hace ya muchos años; sobre el mismo colchón; bajo la misma cobija de lana negra con la cual nos envolvíamos las dos para dormir. Entonces yo dormía a su lado, en un lugarcito que ella me hacía debajo de sus brazos.
        Creo sentir todavía el golpe pausado de su respiración; las palpitaciones y suspiros con que ella arrullaba mi sueño . . . Creo sentir la pena de su muerte . . .
Pero esto es falso.
        Estoy aquí, boca arriba, pensando en aquel tiempo para olvidar mi soledad. Porque no estoy acostada sólo por un rato. Y ni en la cama de mi madre, sino dentro de un cajón negro como el que se usa para enterrar a los muertos. Porque estoy muerta.
        Siento el lugar en que estoy y pienso . . .
        Pienso cuando maduraban los limones. En el viento de febrero que rompía los tallos de los helechos, antes que el abandono los secara; los limones maduros que llenaban con su olor el viejo patio.
        El viento bajaba de las montañas en las mañanas de febrero.  Y las nubes se quedaban allá arriba en espera de que el tiempo bueno las hiciera bajar al valle; mientras tanto dejaban vacío el cielo azul, dejaban que la luz cayera en el juego del viento haciendo círculos sobre la tierra, removiendo el polvo y batiendo las ramas de los naranjos.
        Y los gorriones reían; picoteaban las hojas que el aire hacía caer, y reían; dejaban sus plumas entre las espinas de las ramas y perseguían a las mariposas y reían. Era esa época.
        En febrero, cuando las mañanas estaban llenas de viento, de gorriones y de luz azul. Me acuerdo. Mi madre murió entonces.
        Que yo debía haber gritado: que mis manos tenían que haberse hecho pedazos estrujando su desesperación. Así hubieras tú querido que fuera. ¿Pero acaso no era alegre aquella mañana? Por la puerta abierta entraba el aire, quebrando las guías de la yedra. En mis piernas comenzaba a crecer el vello entre las venas, y mis manos temblaban tibias al tocar mis senos. Los gorriones jugaban. En las lomas se mecían las espigas. Me dio lástima que ella ya no volviera a ver el juego del viento en los jazmines; que cerrara sus ojos a la luz
de los días. ¿Pero por qué iba a llorar?
        ¿Te acuerdas, Justina? Acomodaste las sillas a lo largo del corredor para que la gente que viniera a verla esperara su turno. Estuvieron vacías. Y mi madre sola, en medio de los cirios; su cara pálida y sus dientes blancos asomándose apenitas entre sus labios morados, endurecidos por la amoratada muerte. Sus pestañas ya quietas; quieto ya su corazón. Tú y yo allí, rezando rezos interminables, sin que ella oyera nada sin que tú y yo oyéramos nada, todo perdido en la sonoridad del viento debajo de la noche. Planchaste su vestido negro, almidonando el cuello y el puño de sus mangas para que sus manos se vieran nuevas, cruzadas sobre su pecho muerto, su viejo pecho amoroso sobre el que dormí en un tiempo y que me dio de comer y que palpitó para arrullar mis sueños.
        Nadie vino a verla. Así estuvo mejor. La muerte no se reparte como si fuera un bien. Nadie anda en busca de tristezas.
        Tocaron la aldaba. Tú saliste.
        -Ve tú -te dije-. Yo veo borrosa la cara de la gente. Y haz que se vayan. ¿Que vienen por el dinero de las misas gregorianas? Ella no dejó ningún dinero. Díselos, Justina. ¿Que no saldrá del purgatorio si no le rezan esas misas? ¿Quiénes son ellos para hacer la justicia, Justina? ¿Dices que estoy loca? Está bien.
        Y tus sillas se quedaron vacías hasta que fuimos a enterrarla con aquellos hombres alquilados, sudando por un peso ajeno, extraños a cualquier pena. Cerraron la sepultura con arena mojada; bajaron el cajón despacio, con la paciencia de su oficio, bajo el aire que les refrescaba su esfuerzo. Sus ojos fríos, indiferentes. Dijeron: «Es tanto». Y tú les pagaste, como quien compra una cosa desanudando tu pañuelo húmedo de lágrimas, exprimido y vuelto a exprimir y ahora guardando el dinero de los funerales. . .
        Y cuando ellos se fueron, te arrodillaste en el lugar donde había quedado su cara y besaste la tierra y podrías haber abierto un agujero, si yo no te hubiera dicho: «Vámonos, Justina, ella está en otra parte, aquí no hay más que una cosa muerta».
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Vocación

Hoy que ya no me duele la soledad y su reflejo en mi sombra,
no me pesa la hora vacía los kilos de antaño,
fabrico mis fronteras con material irreductible y
solo quedo yo tras mi ecuador del muro.
Abro una puerta y la cierro a gusto,
apenas incursiono de ese lado en que la vida es lo demás,
y la huída es mi retorno adonde me proyecto torre y mundo
y gigante único para el paisaje de mi nombre.
Miro estas manos donde vendrán a beber las historias
monigotes de papel,
estos pies que andarán los senderos del ensueño.
Esta noche en que me abro el desconchado armario
donde guardé la criatura de solitud y juegos sin norma,
y me sonrío hacia el confín oscuro del pecho y me libero.
Madrugada sin distancias. Tú que me dijiste «aleph»
y escuché el color del eco que busco
en mi retrato.
Vuelvo el rostro a la pared blanca en que dibujaré
primero un parque,
e irá creciendo su maleza hasta cubrirme.
Luego en el final la imaginación será mi selva
y mi tumba.
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Declaraciones

Lo mejor es cuando se ponen a discutir con el fuego en los ojos. Son dos que no están de acuerdo en nada, y a veces parece que van a llegar a las manos, cuando ella le suelta un empujón, perdida la ternura, o él la mira con esa cara de «perocómoesposible». Dos que conviven sin estar de acuerdo en nada. Ella dice de la belleza con su mejor acento de almíbar y él se rasca el sarpullido, o él con que el poema va de cazar osos y la chica no sabe bajo qué colcha anidar el miedo indignado. Se ponen a discutir y les entra una fuerza de veinte búfalos, saltan sobre el sofá y giran de euforia sobre un eje invisible que les cruza la médula, buscándose un rabo que morder. Pelean por deporte, por el reverendo gusto de andar en desacuerdo. El triunfo es un envite al argumento más cafre que se les ocurra, la posibilidad de dejar sin habla un instante al oponente. Cuánto se gustan peleando… eso salta a la vista. Estos dos se quieren como una historia de amor entre una misma ficha blanca con su par negro al ajedrez, siempre posados en cuadraditos contrarios, buscando destruirse.
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Primera parte de algo

Se levantó y corrió su vértigo hasta la pizarra. Descapuchó el marcador, como quien arranca al mundo su película protectora y escribió.
 – El tiempo y la democracia son los verdugos del hombre.
El proceso de creación como algo público, de eso se trataba. Llevaban encerrados siete días y ya se conocían los lunares de la espalda. Y eso que cuando él traspasó el umbral de aquella casa no eran apenas más que desconocidos profesándose tal grado admiración como de recelo.
Él se balanceaba en ese limbo difuso entre la juventud y la madurez, casi demasiado mayor para dejarse arrastrar pero demasiado poco para no sufrir un arranque, proponer y de una vez por todas, antes de que aquel verdugo del hombre…, llevar a cabo al menos uno de los extravagantes y románticos proyectos que venían a golpearle la pestaña entre resaca y resaca. Porque había sido idea suya, aunque la otra parecía mucho más salvaje y a gusto en aquel cosmos de intramuros. Paseaba su anatomía de rana entre los muebles, tocaba al gato, se abalanzaba en el puf con aire aburrido cuando completaban unas horas de silencio mutuo. No, no parecía un encierro para ella. Como si las paredes de su casa se hubiesen ensanchado hasta alcanzar dimensión de selva y sabana al cerrar la puerta. El departamento era de ella. Un estudio diáfano en el centro, alfombrado y con muebles gruesos y escasos, muy buena luz. Él ocupaba un sofá amplísimo, ella tenía una cama en una tarima de madera, segunda altura, a pocos centímetros del cielorraso.
–Toca la flauta, Orfeo, que el silbato acaba de sonar. –Dijo ella.
–No vale, guapa, solo es una frase. No tengo ni para empezar. Y no fuerces la máquina, creo que estoy borracho.
Ella era más joven, definitivamente joven, quiero decir. Lo que se entiende por juventud en una mujer. Y había otra cosa. La llamó una mañana poco después de leer su libro, había conseguido el teléfono a través del editor,  dormía. Él hizo amago de cortar y llamar más tarde pero ella se adelantó con la voz pegajosa y desperezándose:«¿A qué quieres jugar?» Luego supo que siempre contestaba así a todas las llamadas, a todos los silencios, pero la primera vez, la suya, fue un golpe en la frente. No era una joven preñada de ternura, era ver-da-dera-mente una cría.
–Y además, ¿por qué es verdugo la democracia?
–Porque la libertad es el peor grillete.
–Touché. Para muestra un botón. Mira con qué jolgorio convive esta pareja de cautivos.
–Bueno, te toca.
Él sacó la guitarra y probó unos acordes sencillos, pero no se sintió fuerte y abandonó al cabo. Se levantó y robó el marcador, dio la espalda a la geografía de la pieza y se abrió como un mapa frente al pizarrón blanco. Cerró los ojos y volvió a dibujar las letras, la misma frase que escribía siempre que quería pero no podía inspirarse.
«Lo que esperamos no existe»
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Buenas noches, bienvenidos…

Vuelvo a abrir el blog. Tengo mis razones. Sobre todo dos. Una tiene la nariz larga y se ríe de las hienas. La otra es que de momento me sigue interesando escribir en fragmentario, esto es, hacer prosa y poema. Así que ahí vamos.
Al que se ría le parto los dientes.
PD: He descubierto que se puede colgar una movidita de calificaciones en cada entrada, para que la gente ponga nota, y lo voy a probar.
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