jueves, 1 de marzo de 2012

Rafael Reig, escritor. Blog amigo.

Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

El legendario máster de la UAM

Esta tarde presento en el Café Molar, calle La Ruda 19 Plétora de Piñatas, de Mauro Entrialgo.
Originalmente público estas tiras en Público, que acaba de desaparecer.
Si te pasas, recuerda traer objetos arrojadizos, hortalizas o pelotas de goma para impedir que yo me enrolle.
No sé cómo nos dejaron ayer, en docta sala, bajo retratos de Magníficos Rectores con semblante consternado, en presencia de alumnos de edad vulnerable, no sé como nos dejaron, digo, a estos cinco gamberros ponernos a hablar:
Qué baldón para la limpia ejecutoria de la Universidad Autónoma de Madrid.
Aquí estamos, de izquierda a derecha, un servidor, Juan Cerezo, de Tusquets, el pobre Eduardo Becerra, profesor en la docta casa y que de nada tenía la culpa, Carlos Gumpert, traductor, Manuel Rodríguez Rivero (famoso en el mundo entero) y José Andrés Rojo, de El País.
Todos los años Eduardo nos invita a charlar con los alumnos del máster, y todos los años damos un espectaculo de verduleras tirándonos de los pelos, quitándonos uno a otro la palabra, profiriendo denuestos y chocarrerías, prorrumpiendo en sollozos, impetrando piedad, riéndonos en sordina  y mascullando entre dientes.
Un espectáculo.
Faltaba Luisgé Martín, con quien tengo preparado un número en el que nos peleamos a grito pelado: él me llama sicario de Chávez, estalinista o cercenador de libertades; yo le motejo de socieldemócrata, vendido a la CIA y tonto útil de los poderes fácticos.
Ayer quedamos, como siempre, en el bar de Juanjo, donde dilapidé mi juventud trasvasando a mi fuero interno botellas y botellas de coñac 103.
Tomamos un nutrido elenco de botellines de Mahou, comimos y, para escándalo de Manuel Rodrígez Rivero, no había, ¡un año más!, el legendario pollo asado que siempre recordamos. Hubo que transigir con las albóndigas, siempre que fueran más de seis unidades, reclamó Manolo, y que no faltaran las indispensables patatas fritas.
Hasta que llegó Virginia estuvimos hablando de lo buena que está Virginia. Luego, en cuanto apareció, cambiamos de tema, no sin habilidad y sobrada astucia. y hablamos de esas cosas que sólo se comentan para disimular delante de las chicas: de libros que asegurábamos haber leído, de la ley Sinde, de Petrarca, del uso de la primera persona en la narrativa contemporánea  y otros asuntos que, francamente, nos importan un comino, pero nos dan cierto aire de inocencia, je, je.
A los postres, Edu Becerra se puso tan serio como siempre  y, como luego teníamos que ir al coloquio, nos tasó la bebida. Un whisky completo y un chupito de propina para cada uno ¡y ni una gota más! Esa era la ración de superviviencia y, como todos los años, yo intenté acercarme a la barra de perfil para pedir un extra de contrabando… ¡imposible! Los camareros tenían instrucciones terminantes de don Eduardo.
Y en el descanso del coloquio… ¡sólo botellines, nada de licores!
¿Has visto mayor severidad?
Y luego dicen que la docencia universitaria no es sacrificada.
Metimos papelitos en el sombrero de Eduardo, los revolvimos y cada uno saco uno, a ver qué identidad nos tocaba para el coloquio.
Sedientos, melancólicos por la abstinencia, trémulos por la ausencia de espirituosos, subimos a la sala del crimen y comenzamos a hablar sobre el libro, la edición, los cacharros digitales y a favor y en contra de Javier Marías y Vila-Matas, que siempre dan tanto juego.


Los estudiantes, aunque asombrados, se mostraron piadosos con nosotros.
-Algún día todos seremos mayores y así de tristes, igual de cabezotas, hay que discuparles -oí recomendar a una chica.
A mí me había tocado un papel que ponía “cavernícola vociferante contra lo digital“.
A Rodríguez Rivero le había tocado el que decía: “abierto y tolerante que no ve lo digital como amenaza sino como desafío lleno de posibilidades“.
Así que nos pusimos manos a la obra.
Nos atizamos bien y lo pasamos estupendamente.
Si hubiéramos sacado otros papelitos del sombrero de Eduardo, también habríamos cumplido con nuestro deber: somos profesionales.
Por fin llegó el momento de tomar un whisy, aunque como de costumbre el único lugar indicado era una taberna en General Lacy, es decir, al lado de casa de Eduardo, que casualidad tan grande, ¿verdad?
Apareció Marta, la hija de Eduardo, se tomó una ración de croquetas y dos cañas y se fue a sus actividades estudiantiles subversivas y por supuesto nocturnas.
Vino Luisgé, que echaba de menos tanto como yo una buena pelea.
Aquí están, de izq a dcha Rojo, Edu Becerra, Luisgé Martín, Rodríguez Rivero, un fragmento de Juan Cerezo y Chema Gómez Luque.
Este es el resto de la mesa, con Virginia Rodríguez de espaldas, Gerardo Gonzalo, Rojo y Edu Becerra.
Yo estaba de pie para hacer la foto, pero seguro que adivinas dónde estaba sentado.
Te doy una pista: al lado de cierto vaso.
Virginia y yo nos fuimos pronto, que teníamos que volver hasta Cercedilla.
Lo que pasa es que nos perdimos. M-30, M-40, M-50, qué sé yo, debimos de llegar muy cerca de Badajoz. ¿Cuántas M de eme hay en esta maldita ciudad?
Total, que llegamos de madrugada cada uno a su casa y a cada uno a tratar de convencer a su pareja de que nos habíamos perdido en la carretera…
Palabrita.

1 comentario:

  1. jajajajaaj menudo regreso, esas parejas son muy comprensivas, afortunadamente.

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