martes, 20 de marzo de 2012

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martes 20 de marzo de 2012

TROYA LITERARIA (392): Ortega y Gasset contra Gabriel Miró


Varias veces me he acercado a algún libro de Gabriel Miró. He sorbido algunas líneas, tal vez una página, y me he quedado siempre sorprendido de lo bien que estaba. Sin embargo, no he seguido leyendo. ¿Qué clase de perfección es ésta que complace y no subyuga, que admira y no arrastra? ¿Es una perfección estática, paralítica, toda en cada trozo de sí misma, y que por esta razón no invita a completar lo que ya vemos de ella, apeteciendo lo que aún nos falta? Cada frase gravita sobre su propio aislamiento, sin dispararnos sobre la que sigue ni recoger el zumo de la precedente. Tal vez por esto, el movimiento, la trashumancia en que consiste la lectura, tiene que ponerlos el lector con su propio esfuerzo y empujarse a sí mismo, de una pagina a otra. Esto perjudica a la obra de Miró. Porque el lector, a la postre, resta lo que él pone de lo que el autor le da.

Ahora he leído entero un libro de Miró: El Obispo leproso. Lo he leído de principio hasta el fin con bastante jadeo. Pero no se me haga caso. Es muy posible que el defecto esté en mí y no en el libro. Complazcámonos en reconocer nuestra limitación: así, a la vez, la superamos. Es el mayor privilegio del hombre este de poder asomarse, como a unas bardas, a sus propios límites y ver que él termina allí, pero no el mundo. De este modo, el límite trágico queda transfigurado en dulce frontera. Nos tranquiliza –si somos generosos– pensar que donde nosotros concluimos empiezan otras cosas, y que en ellas acaso se encuentren esos pedazos que a nosotros nos faltan. Reconozco que una de mis limitaciones consiste en ser un pésimo lector de novelas. Me faltan paciencia, docilidad y no sé cuántas cosas más. En resumen, que casi siempre me aburro. Pero no es esto lo peor. Lo peor es que, de cuando en cuando, una novela me arrebata con intensidad superior a la que todo otro libro consigue. Parejo contraste me desorienta penosamente, porque me impide, al aburrirme con una novela, declararme, como fuera mi gusto, culpable único del desastre. El entusiasmo sentido en otros casos me fuerza a distinguir entre novelas buenas y malas y a declarar que lo menos abundante en literatura es la buena novela.

[...] Me desazona sobremanera decir resueltamente que la novela de Gabriel Miró, El Obispo leproso, no queda avecindada entre las buenas novelas. Pero repito que esta opinión no tiene valor. Los lectores y el autor deben recordar que hace dos años intenté una definición del género novelesco. Fue opinión casi unánime que yo andaba equivocado de medio a medio. Si, pues, padecí error al definir la novela en general, es lo más verosímil que periclite al aforar una novela en singular. Lo más importante es que el lector juzgue por sí; buena o mala novela, la obra de Miró es un libro espléndido, reverberante, recamado de luces y de imágenes, hasta el punto que casi ha de leerse con la mano en visera, amparando los ojos.

No creo que haya actualmente escritor más pulcro y solícito. Cada frase está hecha a tórculo. Cada palabra, ensamblada con las vecinas, y luego, pulida la coyuntura. Y no hay línea que suba ni que baje en la página: todo el libro conserva la misma ardiente tensión, idéntico cuidado, pulso y pulimiento. Tanto, que acaso ese son persistente de prima hiperestesiada colabora a la fatiga, no dejando respiro: la perfección de la prosa es en Miró impecable e implacable. Debe trabajar con una técnica parecida a la de un pintor primitivo que fabrica su tabla pulgada a pulgada, poniéndose entero en cada una, en vez de construir la obra desde un centro único que irradia en torno una perspectiva de degradaciones.

[...] El novelista, si se quiere, tiene que copiar la realidad; pero en ésta hay estratos superficiales y estratos hondos a que aún no había llegado nuestra mirada. Es buen novelista quien posee perspicacia bastante para sorprender estos estratos profundos y gracia suficiente para copiarlos: quien no sepa de la vida más que lo vulgar, lo tópico, fracasará irremisiblemente. Una monja de novela tiene, claro está, que ser monja; pero de una monjedad inaudita hasta entonces y mucho más verídica.

No basta, pues, con amontonar sobre un personaje atributos vulgares de determinada profesión o carácter, y luego añadirle como folie alguna rareza, manía o curiosidad “pintoresca”, un tic o prurito. En Dickens, por razones un poco largas de decir, tenía este uso sentido. Pero en esta novela de Miró no nos seduce saber que un deán se dedica a ejecutar primores caligráficos, ni que un preste dice “¡Leñe!” siempre que habla. Tales aditamientos son extrínsecos a la persona, fortuitos y sin trabazón con su perfil psicológico.

[...] Todo el libro rebosa de un magnífico lirismo descriptivo –que es probablemente la auténtica inspiración de Miró y no la de novelista. Pero decir “lirismo descriptivo” es no decir nada, mientras no se precise un poco y desenvuelva lo que va plegado en esas dos palabras. Como no hay tiempo, ni espacio, ni paciencia, más vale concluir reconociendo que no he dicho nada sobre Miró.


Publicada en Sol el 9 de enero de 1927


JOSÉ ORTEGA Y GASSET, Espíritu de la letra, Cátedra, Madrid, 1985, págs. 93-102, edición de Ricardo Senabre
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Hoy, martes, a las 21:30, en Diablos Azules, JUANA VÁZQUEZ + Jam Session (Tres poemas máximo)

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Ha frutecido el naranjo, pero da frutos de varios colores. Los otros naranjos, temerosos, lo miran como si fuera un peligro. Él se siente naranjo, pero es un naranjo solitario.

Ha volado el zorzal, pero vuela con tres alas. Los otros zorzales, asustados, se alejan de su presencia. Él se siente zorzal, pero es un zorzal solitario.

Ha nacido el ratón, pero tiene sueños de murciélago. Los otros ratones, reunidos, ordenan su aislamiento. Él se siente ratón, pero es un ratón equivocado.

Se convoca una nueva reunión para naranjos solos, zorzales solos y ratones equivocados.

Hoy. Martes. 21:30. Diablos Azules. C/ Apodaca, 6. Metro Tribunal. Nueva Jam Session. Tres poemas máximo. Poeta invitada: JUANA VÁZQUEZ MARÍN
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La poesía ha vuelto y yo no tengo la culpa.
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