lunes, 12 de marzo de 2012

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lunes 12 de marzo de 2012

CONVERSACIONES (3): Adele Mailer, ex mujer de Norman Mailer



La última fiesta (Barricade Books, Nueva York) describe los años de matrimonio de Adele con Norman Mailer como una continua fiesta desenfrenada y, al mismo tiempo, como un infierno dominado por su marido, que podía ser encantador y generoso, pero también imprevisible y violento. Un amor-odio que en aquella fatídica última fiesta, el 19 de noviembre de 1960, traspasó los límites cuando el escritor apuñaló a su mujer. Al tiempo que se acallaba el escándalo, y Norman Mailer siguió siendo alabado por la crítica, Adele Mailer se abrió modestamente camino como pintora y actriz en Manhattan. La reacción de Mailer a las declaraciones de su mujer fue lacónica. Al contrario de lo que recuerda su mujer, nunca habría gritado "joder" en presencia de la sirvienta. Pero, sobre todo, no era verdad que el cuchillo con el que acuchilló a su mujer "hubiera estado sucio".

MATHIAS MATUTSEK: ¿Por qué escribió La última fiesta?
ADELA MORALES - ADELE MAILER: Corren tantas falsas versiones sobre mi boda con Norman y sobre aquella noche en que me apuñaló que pensé que había llegado el momento de poner algunas cosas en claro.

P. Pero ¿por qué ha esperado 37 años?
R. Quería esperar hasta que mis hijos fuesen lo bastante mayores. Ahora pueden comprenderlo. Otro motivo es que ha llegado el momento de ganar un par de dólares con eso. Yo apenas tengo para pagar mis facturas y él es increíblemente tacaño. Desde hace 30 años me paga casi la misma manutención, mil dólares al mes (unas 150.000 pesetas), y desde que las niñas no viven encasa ha suprimido también el dinero para ellas. Esa cantidad ahora ya no llega para nada.

P. Usted tuvo dos hijas con él...
R. Tiene otros siete hijos. No le gusta nada la prevención del embarazo. Pero con las mujeres que vinieron después ha sido más generoso. Y tampoco las ha apuñalado. Ha intentado eliminarlas espiritualmente, pero a mí casi me mató de verdad. Así que he escrito este libro. Considero los ingresos que me reporte como una indemnización.

P. O sea, que este libro es un acto de venganza.
R. Hay una hermosa canción que dice: "De una manera o de otra, acabarás cayendo". Claro, ése es uno de los motivos. Si fuera más listo, me habría tratado mejor y se habría ahorrado este libro. En aquellos tiempos todo el mundo le bailaba el agua: le daban un premio tras otro y un par de cuchilladas eran una tontería. Nadie se lo tomó en cuenta. Pero ahora tengo yo mis cinco minutos de fama.

P. ¿Qué tal se comportó como padre tras la separación?
R. Horrible. Las niñas tenían que pasar el fin de semana con él. El tenía una casa en Maine, junto al mar, y obligaba a Betsy, que entonces tenía cinco años, a saltar desde la duna. Tenía ese modo de comportarse, a lo macho. Yo me alegré de que su siguiente mujer le diera hijos varones. Creo que fue la tercera mujer. ¿O la cuarta? Y mis hijas tenían que sentarse en la misma mesa con aquellas nuevas mujeres. Gracias a Dios, no consiguió destrozar a las niñas.

P. Pero su libro no trata sólo de aquel famoso acuchillamiento, de cosas dolorosas y de la agonía del matrimonio, sino de una fiesta gigantesca a lo largo de años y bañada en alcohol, de un matrimonio muy liberal en los años cincuenta y sesenta, de orgías a tres y a cuatro...
R. Pasamos una época fantástica. Años después llegué a comprender que soy una alcohólica y que utilizo las fiestas exclusivamente para emborracharme.

P. ¿De qué huía usted?
R. De la vida y de lo que me pasaba. De repente, yo era la señora Mailer. Él era famoso en todo el mundo. Había escrito Los desnudos y los muertos y estaba rodeado por todos los intelectuales famosos, que entraban y salían de nuestra casa. Baldwin, Capote, Burroughs, el Quién es quién al completo. Yo conocía el mundo del arte porque era pintora, pero aquella gente era muy superior a mí intelectualmente. Me sentía inferior. Era guapa, pero joven, y pensaba que no iba a ser capaz de aguantarlo.

P. Con Mailer probó usted todas las cosas posibles.
R. Yo estaba siempre bastante celosa. Había dos normas: él podía follar por ahí, yo no. Él se consideraba un revolucionario sexual, pero yo tenía que ser fiel. Eso de tres y cuatro en la cama eran sus ideas.

P. Pero usted participaba.
R. Me parecía muy divertido. Cuando había bebido bastante, me excitaba todo lo que tuviera piernas: hombres, mujeres, perros. Dos personas encima de una mujer me parecía de alguna manera algo interesante. Y además pensaba: si hago lo que él quiere, y lo hago delante de sus ojos, entonces no tendrá que pegármela en secreto con otras mujeres. Pero eso es algo arriesgado, especialmente para una mujer. Salen a flote todos esos sentimientos y celos.

P. En su libro dice usted que una vez quiso atropellarlo con el coche por celos.
R. Quería matarlo a tiros. Meterle un cargador entero.

P. Hoy día sigue usted llamándose señora Mailer.
R. Ese es un título que me he ganado. Con una cicatriz que llega desde aquí hasta aquí [describe un semicírculo desde el pecho a la espalda]. Naturalmente que el nombre me ha ayudado, me ha abierto puertas para mi carrera como actriz.

P. Mailer la acompañaba en la bebida.
R. En mi opinión es un alcohólico. Pero lo oculta. Finge tan bien que ni siquiera sabe que está fingiendo. Yo, gracias a la ayuda de Alcohólicos Anónimos, hace 22 años que no bebo. Él, por el contrario, nunca se ha hecho responsable, o se ha negado a reconocerlo. Se mantiene en levitación por encima de todo. Se cree Dios. O por lo menos, se considera su hijo. Su último libro se titula El Evangelio según el Hijo. Eso lo explica todo.

P. ¿Le gusta? ¿Le gustan sus libros?
R. Creo que es un periodista brillante. Pero los personajes de sus novelas no son auténticos, están muertos.

P. Su relación con él terminó con un exceso y había empezado con otro.
R. Sólo lo he apuntado en el libro. Yo estaba sentada en mi apartamento, borracha y desesperada por un amor que había terminado, y me había cortado las muñecas con los pedazos de una botella de aguardiente rota. Había estado toda la noche con un tipo para olvidar mis penas.

P. ¿Sexo como medicina?
R. Medicina exactamente, no, pero ayuda a pasar el tiempo.Entonces vi la sangre, y me asusté y llamé a mi antiguo amigo Ed Fancher. Fancher, cofundador de The Village Voice, había sido mi primer gran amor de verdad. Norman Mailer estaba invitado en su casa. Me oyó hablando por teléfono. Es lo primero que conoció de mí: la voz. Decía que nunca había escuchado tanto dolor y tanta desesperación en una voz de mujer.

P. Cuando le conoció fue todo bastante rápido.
R. Podía ser tan encantador... Muchos psicópatas son encantadores. Quien sólo le conociera superficialmente se quedaba inmediatamente impresionado. Pero yo conocí su lado oscuro.

P. También otras esposas o queridas han escrito sobre su vida con Mailer.
R. Ninguna le conocía como yo. Yo traté por entonces de poner en marcha una película. Pero se estrella una contra una pared de cemento. Mailer tiene siempre bastante influencia.

P. ¿Por qué no le dejó inmediatamente después de las cuchilladas?
R. No sabía adónde ir. Tenía dos hijas pequeñas y no tenía un céntimo.

P. En lugar de eso, ocultó usted cómo habían sucedido realmente los hechos porque sus amigos famosos, y especialmente la madre de Mailer, la presionaron.
R. La madre fue la peor. A ella le daba igual que yo reventara. Lo importante era que no le pasara nada a su amadísimo hijo. Así que finalmente mentí en el careo. Y me mantuve en mis trece a pesar de que lo intentaron todo.

P. Cuando finalmente, y a pesar de todo, se separó de él, se hizo un muñeco de vudú.
R. Estaba llena de odio. Quería destruirlo. Quería vengarme.

P. ¿Devolvió usted alguna vez los golpes durante su matrimonio?
R. Naturalmente, a menudo, aunque había hecho que le cogiera miedo. Pero yo tampoco era de mantequilla. Yo no era un felpudo que se pudiera pisotear. Y tuve que poner a veces las cosas en su sitio. El podía ser muy cobarde. Tenía una manía con los famosos, y a pesar de que él mismo era importante, le lamía el culo a todo el mundo. Después de una fiesta en la que una vez más se había arrastrado ante todos, le tuve que explicar que no era más que un blando.

P. ¿De qué papeles de su carrera está usted especialmente orgullosa?
R. Creo que estuve muy bien en El parque de los ciervos, de Norman.

P. ¿Qué significó para usted recitar los textos de un hombre que la había hecho vivir en un infierno en la tierra?
R. Me fue útil. Cuando apareció el libro, cuando estábamos casados, me enfureció realmente. Me pareció de una arrogancia increíble el modo en que me retrataba. Creo que nunca comprendió cómo era yo. Y menos todavía cómo era él.

P. De todas maneras, según lo que escribe usted misma, la amó con locura.
R. Siempre decía que yo lo había abierto. Durante años se había sentido interiormente muerto y yo le había devuelto la furia, la pasión, todo. Todavía sigo creyendo que soy la única mujer que ha querido, que ha querido con tal frenesí que quería aniquilarme.

P. ¿Y usted?
R. Yo también le quería. Finalmente, quería casarme con él. Era magnífico en la cama, muy generoso y muy amable. Yo le adoraba. Por encima de todo, en aquel tiempo, era mucho más abierto y más accesible. Más tarde se acorazó, porque creía que ser amable era femenino, no era de macho. Creo que en secreto es una maricona, sólo que no lo sabe.


ADELE MAILER: "Norman Mailer estuvo a punto de matarme", entrevista con Mathias Matutsek, El País, 25 de enero de 1998 (AQUÍ)
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