martes, 13 de marzo de 2012

Jean Tarrou. Escritora y poeta. Blog amigo.

Fragmento final de La cigüeña encadenada – Vicente Huidobro y Hans Arp Posted on 13 marzo, 2012 La Alsacia, habiendo invadido a la Lorena, y los lorenos completamente derrotados, la guerra terminó. Una vez terminada la sangrienta pesadilla y todo el mundo en paz, no había más que prepararse para la nueva guerra. La repartición de medallas, condecoraciones y caramelos conmemorativos duró seis meses. La construcción de monumentos de victoria en forma de Águila, citrones, gallos, mocos, paralepipedos, sabañones, relámpagos, etc., ocupó otros seis meses. Se fijó la fecha de aniversarios gloriosos y todo el año siguiente fue día de fiesta, todo el año se vio cruzado de cabalgatas floridas, de procesiones que giraban en torno de cada monumento. De todos los rincones del mundo venían grupos diversos a colocar como homenaje ante esos símbolos de la gloria, conejos embalsamados, coronas de cigarrillos turcos, canarios domesticados, bisteques melodiosos dentaduras de vírgenes, anafes de petróleo patinados por los siglos. Los olivos de la paz florecían en los sombreros de todos los hombres y en las medias de todas las mujeres. Todo el mundo estaba contento y bendecía el nombre de los grandes jefes que les habían conducido a la guerra. El talón de oro había caído bajo el talón de las pantuflas o babuchas o chinelas. Millones de obreros sin trabajo cantaban felices al son de sus guitarras bien comidas, a la luz de la luna. Los periódicos de los diferentes países hablaban de los encantos de la próxima guerra, insultaban al futuro enemigo que era proclamado asesino, bandido, vampiro, lamedor de cementerios, violador de selvas vírgenes y de fetos, bárbaro cavernícola, Atila, necrófilo, mutilador de gulf streams, ladrón de volcanes y de péndulos, cobarde sembrador de pulgas intoxicadas y tantas otras cosas difíciles de anotar de paso. Entre tanto, en las ciudades y en los campos las gentes comían deliciosas velas, cerrojos en salsa Pompadour, ensaladas de llaves ganzúas, jergones a la mayonesa, corbatas a la crema y chirridos de puerta a la Duncan. Bebían glicerina helada, el sudor de sus frentes y leche de perra terranova con tinta Parker. En esos años maravillosos, las finanzas marchaban de mejor en mejor, como siempre después de las guerras; esto sobre todo, gracias al magnífico plan Dupont, luego mejorado por el eficaz plan Schulzl, el cual a su vez fue superado por el plan Egg, el cual aun fue mejorado, aunque parezca imposible, por el plan del Presidente Cheese y el de la coronela Checkmate. Estos planes se ocupaban de resolver todos los problemas económicos y familiares, principalmente la compra de materias tias y materias ultimas, tan necesarias a la fabricación de derivados, reemplazar el pan por ampolletas eléctricas, los pollos por virutas de espejo, las langostas por anteojos de cura. En aquel entonces se creó la gran Sociedad de las Visiones. Era este un centro internacional de unión y de concordia un tribunal superhumano cuya sede se estableció en la punta del Tupungato. Allí se pronunciaban hermosos discursos insecticidas, mientras los miembros de la organización oían religiosamente balanceándose en sus columpios bajo los árboles atentos, Llamó mucho la atención el discurso del gran orador Pérez, sobre el arte delicado del voyeur, la manera de abrir un agujero en el muro de un hotel, mejor aun de una honesta casa de tolerancia y ver todo lo que pasa en el cuarto vecino. No menos esplendido fue el discurso del delegado Cook sobre los efectos insuperables de la cocaína y la morfina, muy recomendada para los octogenarios y sobre todo, en la lactancia de los nonagenarios. Pronto la Sociedad de las Visiones dedicó todas sus energías a componer dulces berceuses y canciones para las primeras comuniones. Un día de calor, la Sociedad se diluyó completamente. Solo quedaron en algunos asientos, pequeños pedazos de hielo que fueron empleados en la fabricación de refinados cocteles. Poco después acaeció un hecho de suma importancia: la muerte del héroe de la Inmensa Guerra, el mariscal Duval. Su entierro fue algo sublime. Raras veces se había visto semejante espectáculo. Millones de personas asistieron a sus funerales. Todas las tropas desfilaron con sus banderas, sus trofeos y sus abuelas. El féretro del mariscal iba colocado en la punta de un cañón. A cada cañonazo, el féretro saltaba al cielo y volvía a caer a su sitio con una precisión maravillosa, como las pelotitas de Carey en los chorros de agua. Detrás del ataúd del gran jefe, marchaba tristemente su caballo desnudo, el caballo que el héroe había montado en sus grandes batallas; más atrás seguía su perro favorito, aullando a la muerte, luego venia el gato de luto, el loro con los ojos llenos de lágrimas, marchando al mismo paso solemne de su canario tan amado. Después seguían sus zapatos, los últimos tres pares de zapatos que el mariscal había puesto en sus intrépidos pies, detrás su bastón marchaba a la altura de la mano, su sombrero a la altura de la cabeza y el último cigarro fumado hasta la mitad, el día antes de su muerte, marchaba afligido a la altura de la boca. Luego, bajo un inmenso palio y llevado por cuatro reyes, venia en un espléndido bocal de piedras preciosas la próstata del ilustre jefe. Seguían detrás en el orden en que les nombraremos: el cardenal en velocípedo y diez obispos en bicicletas, la cámara y el senado en patines, el presidente y sus ministros y luego los académicos con sus cucharas envainadas debajo de la casaca verde limón. En honor del mariscal y para perpetuar su memoria entre los hombres, todas las avenidas, las plazas y las calles fueron bautizadas con su nombre. En medio del entusiasmo general todos los ríos, las montañas, los árboles, las flores, los animales, los insectos, fueron bautizados Duval. Todas las familias se llamaron Duval. Dios fue honrado por los creyentes con el nombre de Duval. Los mejores platos en los restaurantes, y los mejores vinos, se llamaron Duval. Pronto todo se llamó Duval. Así la lengua fue extremadamente hermosa y simple. Cuando dos amigos se encontraban en una calle o en un bar, se hablaban con el más puro duval. Uno decía al otro: -Duval, duval, duvalduval, duvalval Lo que antes se habría dicho: Es increíble el número de cochinos extranjeros que hay en el mundo. El marido, al volver a casa, contaba a su mujer los acontecimientos del día: -Duval, duvalduvalduval, duval, duvalduval, duval, duval Lo que quería decir en lenguaje vulgar: esta tarde perdí un guante en las Galeries Lafayette. Su mujer le respondia: ¿ Duvalduval duval, davuldu Val, duduval? Duval, duvalduvalduvalduval, duval, duval. Lo que puede traducirse así en lengua inculta: ¿No sería en otra parte? Te diré que la cocinera quemó, el asado. Esto te pasa por llegar tarde. A lo cual el marido contestaba, colérico: -Duval. Queriendo decir en el viejo idioma: mierda. Huidobro y Arp escribieron juntos tres novelas ejemplares surrealistas bajo el título general de Tres inmensas novelas. Entre estas La cigüeña encadenada lleva por subtítulo (Novela patriótica alsaciana) y parodia este género.

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