El poeta abrió con la punta del lápiz la página en blanco
y sobre aquella luz que se vació sobre la mesa
introdujo las manos y los ojos,
tocó los bordes del abecedario
y nadó en un mar de letras líquidas.
Vio que en su fondo
dos émbolos de oro movían un carrete de plata
y siguió con las yemas de los dedos un hilo de seda
que le llevó hasta una esfera de acero,
movida en su órbita por un eco de silencio.
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