lunes, 19 de marzo de 2018

habitación 24 del motel ocho cascadas


allí le metí a la enedina
el primero de muchos palos
hace ya unos cuantos años
la misma noche que me la encontré
en su segundo día de trabajo
sirviendo tragos en la barra del tijuana
con un ligero vestido estampado de flores
y sandalias romanas con tiras hasta la rodilla
una criatura celestial recién bajada de lo alto
para consuelo de los putos perdedores que cada noche
se reunían en aquel jodido bar de mierda
para ahogar sus fracasos en alcohol
me puso una cerveza y un platito con limones
y sonrió y me dijo su nombre
y que la llamara si necesitaba algo más
"lo que quieras", añadió, guiñando un ojo;
cuántos años han pasado desde entonces
cuántos miles de botellas de alcohol me he tragado
qué viejo y jodido me he puesto
qué asqueado estoy de la puta vida
qué jovencísima era la enedina entonces y qué puta y qué sencillo
era llevársela al ocho cascadas, a un lado del tijuana
y echar un palo urgente para luego regresar al bar y seguir alcoholizándose
qué rápido pasa el tiempo
qué rápido nos convertimos en una triste y jodida parodia de lo que fuimos
qué pocos años duró la época de esplendor de la enedina
recluida antes de los 25 en un centro para drogadictos incurables
electroshockeada hasta dejarla convertida en un vegetal babeante
a estas alturas ya debe haber muerto
y su dulce cuerpo se habrá desintegrado en el fondo de algún agujero sin nombre
la imagen que conservo de ella es la de aquel día
allí detrás de la barra, medio inclinada hacia adelante
con el escote flojo del vestido que te dejaba ver sus tetas colgando sin sostén
sacando una puta cerveza helada de la hielera para ponérmela en la barra
y diciéndome "tienes una puta cara, pinche cabrón
de que me cogerías aquí mismo si te dejara hacerlo"

veinte minutos después ya la tenía con las piernas abiertas en aquel jodido cuarto del ocho cascadas





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