jueves, 8 de marzo de 2012

Más claro agua. Blog amigo.


Entrevistas impensables: Antonio J. Rodríguez



Antonio J. Rodríguez acaba de publicar en Mondadori una de esas novelas que a muchos nos hubiera encantado escribir: “Fresy cool”. Con tal motivo, El País Semanal le ha dedicado el pasado domingo su sección “10 preguntas a…”.




En mi defensa diré que, cuando yo publiqué “Mejorando lo presente”, dicha sección no existía. Así que aprovecho ahora esta entrevista para responder… Aunque no se me pregunte:



¿Qué es lo más complicado a la hora de escribir el primer libro?

Que nadie se dé cuenta de que, realmente, es el segundo. El primero se titulaba “Más claro, agua”. Y se vendió poco, la verdad sea dicha…



¿Por eso es tan importante en este libro lo formal?

Lo formal es femenino. Sin que sirva de precedente, yo prefiero el masculino: el formol.



Hay quien dice que este es un libro para críticos.

Mientras lo compren, como si dicen que es para seminaristas desconfiados de su vocación.



El hecho de haber sido usted crítico, ¿le ha pasado factura?

Yo sigo siendo crítico. Y no siempre pago todas las facturas que me pasan.



El libro está ambientado en Madrid, pero usted vive en Barcelona.

También Julio Verne escribió “De la Tierra a la Luna” y, que se sepa, nunca realizó ese trayecto.



¿Hay competencia entre usted y Luna?

Yo a la luna le canto por soleares todas las noches…



¿Hasta qué punto en la nueva literatura española hace falta ser fotogénico?

Eso de que “una imagen vale más que mil palabras” sólo sirve para los que no son capaces de escribir mil palabras.



¿Hay alguna posibilidad en España de que un escritor debutante se gane la vida escribiendo?

La vida, no sé. Pero los escritores debutantes tenemos el cielo ganado.



¿Por qué su generación no ha sido oficialmente bautizada?

Será que nuestros padres no encontraron momento para acudir a misa…



Lleva tatuada en el pecho una cita de Foster Wallace. ¿Por qué es tan importante para usted la frase “Toda mi vida ha sido un fraude”?

Cuando viene a “visitarme” un inspector de Hacienda, me desabrocho la camisa e, indefectiblemente, cae rendido. No vea usted lo que me ahorro…

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