miércoles, 8 de noviembre de 2017

el último vuelo de superman


después de divorciarse de luisa
que había envejecido mal y abusaba cada día más del vodka
y que no paraba de incordiarlo y ponerle mala jeta
hasta por el más insignificante motivo
-incluso echarse media cucharadita extra de azúcar al café
bastaba para desatar un comentario lleno de acrimonia-
clark kent, ex periodista y superhéroe retirado
metió en el maletero de su viejo impala 2004
un par de bolsos con ropa y enseres de higiene personal
y salió dando marcha atrás por el sendero de entrada al garaje
de la casa en las afueras de metrópolis donde había vivido
los últimos 45 años con su mujer;
alcanzó la calle, cambió luego la palanca
de reversa a primera, metió a fondo el acelerador
y salió cagando leches de aquel lugar; donde, en realidad
no lo había pasado tan mal;
era temprano en la mañana del que prometía ser
uno de esos agradables días soleados de abril
las hojas de las hayas plantadas a lo largo de las aceras
brillaban como si acabaran de aplicarles una capa de barniz
el césped de los jardines frontales de las casas
hacía pensar en espléndidos picnics a la sombra de frondosos olmos;
en arroyuelos azules con piedritas doradas reposando en el fondo del cauce,
y en bellas mujeres ataviadas con alegres vestidos veraniegos
recostadas sobre la hierba medio borrachas y con el pelo suelto
clark, sin embargo, no se hallaba precisamente en condiciones
de apreciar la belleza de aquella mañana
siempre había sido un tipo más bien dado a la introversión
y su pasatiempo favorito era sentarse en algún sillón de la sala
y oír a luisa hablar por horas de cualquier estúpido asunto doméstico;
nunca se habría divorciado de ella
de no haber sido porque al final había tenido que aceptar
que el hecho de que él no se viera afectado tanto como ella por el paso de los años
despertaba en su mujer una especie de rencor vengativo hacia él
y la impulsaba a perpetrar una vez tras otra
aquellos torpes intentos por administrarle pequeñas dosis de kriptonita
mediante el expediente de diluirla en el café o la copa de whisky al final de la cena,
revolverla en la salsa del plato de chili con carne que le preparaba algún domingo,
pulverizarla y mezclarla con el parmesano de las ensaladas
o incluso en solución al 5% -la más fuerte que podías conseguir en el mercado negro-
inyectarla en los m&m´s y las barras de snikers que con fingido gesto distraído
le ofrecía mientras él miraba las noticias de las 9
(intentos todos ellos infructuosos dado que
en cuanto detectaba el aumento en el nivel radiactivo de sus valores hemáticos
clark sólo tenía que engullir una píldora de peyote oaxaqueño para estabilizarse)

al atardecer del sexto día del resto de su vida sin la inolvidable luisa
a unos 1500 kilómetros al este de metrópolis, casi llegando a nashville
aparcó clark el coche junto a la oficina de recepción de un motel happy days
y se dispuso a repetir por sexta vez al hilo en aquella fatídica semana
la simple secuencia de pasos que marcaba el final de cada día, a saber:
salir del coche, entrar en recepción
acercarse al mostrador, tocar la campanilla, esperar
decir "hola, buenas, necesito un cuarto" al anodino ente de aspecto irrelevante
que solía atender al quinto o sexto timbrazo de la campanilla
-y preguntarle de algún lugar por allí cerca donde sirvieran
el clásico pedazo de carne rezumando grasa, acompañado con papas, café y helado-
anotar su nombre, dirección, dar número de tarjeta
recibir la llave del 75 "en el segundo piso, las escaleras
están al final del edificio, saliendo a la izquierda"
volver al coche, aparcarlo junto a las escaleras
subir al jodido cuarto, desnudarse, meterse un rato bajo la regadera
abrir la botella de whisky, sentarse en la silla de plástico frente a la ventana cerrada
dar un buen trago, empezar a llorar como un estúpido adolescente hundido en el desamor
y acabar tirado bocabajo en la pisoteada moqueta a las 2 de la mañana

al atardecer del sexto día de su deriva hacia el este
a unos cuantos kilómetros de nashville, capital mundial de la música country
después de aparcar el coche a un lado de la oficina de recepción
del happy days -una estrella y media- de henderson road,
decidió clark introducir una pequeña variación en aquel puto script de mierda que
regía ahora el curso de sus vacuas y extraviadas jornadas;
a tal efecto abrió el maletero y procedió a hurgar en uno de los bolsos,
hasta encontrar aquella legendaria capa roja de algodón reforzado con fibromalla de kuarzón
-un puto metal sintétizado por jor-el años antes de que todo se fuera a la mierda-
que llevaba ya 15 años sin colgarse al cuello;
cerró luego el maletero, sacudió la capa, se la echó sobre la espalda
se la enganchó al cuello asegurándola con las correas remachadas con velcro
y echó a correr acto seguido hacia henderson road
llevando los brazos extendidos y ligeramente levantados,
y sintiendo cómo ya las piernas no le respondían igual que antes
cómo el puto corazón le retumbaba igual que una matraca,
cómo el viento ya no lo envolvía entre sus brazos para arrancarlo del suelo...

el anodino ente de aspecto irrelevante que fungía desde hacía un par de meses
como administrador general del happy days -una estrella y media - en henderson road
dijo al ser interrogado por la policía
que él no se había percatado de ninguna maldita cosa
que él además llevaba por lo menos ya medio año
sin meterse ningún clase de mierda en el cuerpo
-"estaba dentro de la puta oficina, viendo spiderman contra el doctor pulpo en netflix"-;
dijo que el tipo con la capa roja
-que había quedado hecho papilla sobre el asfalto de henderson road
aplastado cuando al parecer había intentado cruzar corriendo la calzada
por un camión de 18 ruedas que transportaba cajas de carne refrigerada-
no estaba hospedado en el motel, ni él lo había visto nunca:
"escuché sonar un claxon, luego un brutal rechinido de neumáticos
después un fuerte golpe y cuando salí a ver qué demonios pasaba,
me encontré con el hombre allí embarrado sobre el pavimento
las gafas intactas a unos metros de distancia,
un zapato por acá, un ojo rodando calle abajo

y las putas tripas chorreando sangre sobre esa ridícula capa del todo-a-dolar"






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