domingo, 9 de julio de 2017

divorcio por causa del puto celular


cambié mi viejo blackberry 8529,
con su simpático tablero lleno de botoncitos,
por uno de esos putos smartphones modernos
que entre sus muchas aplicaciones incluía
una capaz de diagnosticar en tiempo real
las características del entorno en que me hallara
y emitir, de buenas a primeras, por el altavoz
-como si alguien le hubiera pedido su puta opinión-
un comentario afín a mis circunstancias:
"levántate huevón, que casi es mediodía"
solía gritarme en las mañanas aquel jodido engendro del demonio
a eso de las 7 am, apenas clarear el alba
cuando sus putos sensores internos ultra sensibles
"intuían" mi nula disposición a ponerme en marcha;
y "vuelve a pasarte el rastrillo por la puta cara, pendejo
que con esos pelos pareces un jodido homeless"
me sugería con tono amable y cordial
cada vez que terminaba de arreglarme,
añadiendo con frecuencia, según las variables de su puto logaritmo
alguna observación relacionada con mi atuendo:
"con esa pinche camisa estás de dar pena"
"tus zapatos no se los pondría ni regalados
el más jodido vagabundo sarnoso de afganistán"
"si tu madre resucitara y pudiera verte
con esos putos aretes vulgares de jugador del real madrid en las orejas
seguro que la pobre vieja volvía a infartarse"
son algunas de las que ahora puedo recordar;
pero allí no acababa la cosa, sin embargo
y ya en el carro, camino del trabajo
incluso mi forma de manejar desataba su sarcasmo:
"conduces como una puta abuela cegatona y temblorosa
 puesta hasta el culo de speed"
"¿por qué metes cuarta en cuesta arriba, subnormal?"
"si vuelves a pasarte otra luz roja
hackeo la frecuencia del tránsito y hago que te detengan";
de cualquier manera, debo admitir
que no me molestaba en absoluto
-me ayudaba incluso a sacar adelante la rutina-
oír de pronto uno de aquellos destemplados exabruptos
surgiendo con voz perfectamente clara y modulada
de la bocina del maldito trasto,
y en todo caso, cuando me llegaba a hartar
no tenía más que apagar el jodido aparato
para quedar libre de su pertinaz acoso;
tomando en cuenta lo dicho, por lo tanto
son horas que no acabo de entender
por qué no hice entonces algo tan sencillo como eso,
por qué no apagué el puto celular ese día
esa noche, la noche del último 14 de febrero
cuando, después de haber celebrado con mi mujer el puto san valentín
-cena junto al mar con champán y velas y un violín medio desafinado-
ya de vuelta en casa nos pusimos a coger
y a mitad del palo, mientras yo fantaseaba con los ojos cerrados
que se la estaba metiendo a jennifer, la putita y cachonda secretaria
con la que a veces echaba un rapidín en la oficina,
el puto celular, colocado sobre la mesilla de noche junto a la cama
se puso a vociferar con ese tono crudo y cortante como la navaja de un drogadicto:

"¡por la cogida tan huevona que le estás recetando a esta pobre pendeja,
se nota que no te pone ni la mitad que la puta culona de tu secretaria!"



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