miércoles, 17 de agosto de 2016

discurso póstumo para antes de morirme


al final de todo
cuando los putos doctores hayan dicho "este arroz ya se coció",
y las enfermeras tengan ya lista la mortaja en que habrán de enterrarme
y mis hijos me hayan reclamado ya todo cuanto se le hinchen los huevos reclamarme
-"ojalá te vayas a carbonizar derechito al infierno, pinche viejo culero"-
y mis viejas amantes se hayan despedido emocionadas de mí
-"ojalá te den por el culo eternamente todos las putas alimañas del averno, hijo de perra"-
y mi último compinche sobreviviente en la puteada y el bebercio se haya despedido conmovido de mí
-"¿quieres que le brinde labor de mantenimiento sexual a la aurorita por ti, pinche villa?"-
al final, en ese postrer instante donde cualquier intento por seguir con vida sea ya superfluo
y mi alma tirite de frío y espanto al advertir la cercanía del abismo
y las luces se vayan apagando una a una en la pista del patético circo en el cual
a lo largo del tiempo transitado solo fungí como un torpe payaso sin gracia
y un vientecillo desasosegado y gélido me erice la piel
y el pum pum de mi corazón comience de pronto a encasquillarse
y yo esté ya, como quien dice, a punto de estirar la pata
desahuciado, sentenciado, a nada ya de cruzar esa marca tras la cual pervive el misterio;
al final de todo, cuando se haya derretido ya la vela y esfumado el resplandor y
sin embargo todavía ondule en el enrarecido aire del cuarto donde esté falleciendo
el exiguo nimbo de una leve llamita que parezca brillar sólo de milagro,
me diré "oh, bueno, villa, por lo menos no acabaste como un puto perro que le pasa encima
un puto camión dejándolo con las tripas reventadas al aire en medio de la puta carretera"

y puede que luego hasta consiga no sentirme todo lo jodidamente frustrado que
supongo que de todos modos habré de sentirme aunque ya no importe nada, aunque...



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