sábado, 30 de enero de 2016

me cagaré sobre tu tumba


igual que por casualidad te sorprendí
hace 17 años cuando más te quería
y el amor que sentía por ti me hacía pensar
que la suerte por fin había empezado a sonreírme
-tanto como para llegar a plantearme por primera vez seriamente en la vida
dejar de hacer el vago y ponerme a buscar un trabajo que me permitiera
poder ofrecerte algún día un mejor futuro-
igual que te sorprendí aquella vez bien enculada
por el hijo de puta que vivía en el depa al lado del nuestro
-traumático episodio que marcó el principio de mi decadencia-
así también esta fría y un tanto ventosa madrugada
en que borracho y apurado por volver a casa
por casualidad tomé el atajo que de la cantina al cuchitril donde vivo
atraviesa justo por en medio del panteón municipal y
me hace ahorrarme así tres cuadras de camino;
en esta solitaria y desapacible madrugada
sin tener ni puta idea de que estuvieras enterrada aquí
-y sin querer tampoco profanar el sagrado recinto de los muertos-
la urgencia de cagar, sin embargo, se me hizo tan impostergable
que no alcancé siquiera a salir del puto panteón para hacerlo y
debí acuclillarme subrepticiamente detrás de la lápida
de la primer sepultura que el azar determinara
que se me pusiera enfrente:
ya en posición me sujeté del reborde superior de la piedra
y dejé salir aliviado un copioso torrente de mierda medio licuada
que se extendió entre mis pies formando
una especie de charco beige oscuro salpicado por trocitos de salchicha
encima del túmulo de tierra correspondiente a la tumba en la cual
después de limpiarme el culo con unas hojas secas de ciprés
-y a la tenue luz de una media luna que brillaba sobre las lejanas colinas-
por las palabras grabadas en la piedra pude comprobar
que la inquilina eres tú, beatriz, enterrada hace apenas cuatro meses
y que sin duda allí abajo, dos metros bajo tierra
sorprendida por mi inesperada aparición igual que aquel aciago día hace 17 años
cuando te hallé siendo enculada por tu amigo en nuestra propia cama
gritarías si pudieras, con esa voz chillona y altisonante que tenías,
lo mismo que gritaste entonces:
"¡y tú qué mierda haces aquí, pendejo hijo de puta!"

mucha, beatriz; mucha mierda




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