jueves, 1 de enero de 2015

LA MONSTRUACIÓN

JUEVES, 01 DE ENERO DE 2015
Vieja e imperiosa necesidad. Siempre vuelve y me insta a ponerme frente a la pantalla en blanco, y a someter el teclado al albedrío de mis dedos. A veces llega como el arrullo que adormece al niño; como la calidez que desprende el fuego hogareño en el crepitar de la leña. Otras, irrumpe como el más noble corcel devorando al galope la llanura; como la temible embestida del toro bravo. Pero qué digo, vuelve: apareció hace años sin que se la esperara. Vehemente y entrometida, sin llamar, se alojó en mis entrañas sin apenas pedir permiso; quién sabe si para quedarse hasta el fin. En aquel primer momento, ahora remoto como los albores de la creación, pensé que sería una convivencia fugaz, como el trazo luminoso que dibuja la estrella en el firmamento. De verdad creí que aquella necesidad se convertiría, ya no en un equipaje indeseado, sino demasiado pesado y por ello condenado al exilio de mi ser.


Pero... vieja e imperiosa necesidad, ahora ya como un rito hecho tradición. Ante mí, el blanco del monitor colmándose de todo aquello que tengo ganas de decir. De lo que necesito decir sin que nada importe. El teclado hablando en su constante cadencia monocorde, fluida y caudalosa como el río rebosante. A mi derecha, siempre a mi derecha, la copa donde descansa, en inalterable quietud, el recio mosto. Más allá, la puerta de la habitación abierta, siempre abierta, por donde entran desde un lugar no muy lejano, las risas cantarinas y vitales de dos hermanos pequeños. No mucho más lejos, reverbera con insistencia la tos imposible de un anciano. A mi izquierda, ya sea en horas tempranas, crepusculares o de azabache, la cortina siempre descorrida y la persiana subida. A veces, entre frase y frase, el teclado enmudece y miro ese paisaje urbano tan familiar, tan conocido. Un cuadro que ahora se muestra ante mí, solitario, frío y desapacible, sin atisbo alguno de vida. En una hostilidad imprevisible, el viento zarandea de tanto en tanto los viejos árboles, arrancando melancólicos susurros de sus decrépitas hojas. Cuando el viento cesa, un manto de silencio inmóvil y mortuorio cae pesado sobre ese paisaje desangelado. Y ahí queda, como el antiguo fotograma de una película muda que ocurrió hace tiempo.


Respiro hondo y bebo del elixir de la copa. Es un sorbo prolongado y generoso, mil veces repetido. La copa vuelve allí donde debe estar y el teclado, compañero infatigable, cobra vida de nuevo, trasmitiendo una vez más el mensaje que nace, sin modo alguno de poderlo evitar, de aquella absoluta, maldita, querida conocida, vieja e imperiosa necesidad.







Regurgitado por Cabronidas @ 

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