jueves, 16 de enero de 2014

LA MONSTRUACIÓN

Jueves, 16 De Enero De 2014
Atención, algo condenadamente extraño le está sucediendo a Lena Prado, pero empecemos por el principio.


Son las cinco de la tarde y a Lena le están creciendo un par de testículos. A ver si me explico: ahora mismo, los cojones nacientes de Lena Prado son más grandes que la propia Lena Prado. Lleva horas sumida en una enajenante perplejidad, mientras asume, enmudecida y aterrada, su desconcertante mutación. Entre el horror y la fascinación, intenta encontrar un sentido a su abominable trasformación. Sobre las tres y media de la tarde, mientras se atusaba distraídamente su frondoso vello axilar tumbada en el sofá, comenzó a sentir un lacerante picor en su tupido tabernáculo. Esto, en principio, no la preocupó demasiado. Desde su primera menarquía que no higienizaba sus partes nobles, por lo que acostumbraba a hospedar a una variada e innumerable forma de vida parasitaria en dicha zona. Sin embargo, después de aquel picor incómodo notó una molesta sensación de tirantez, por lo que se despojó de las bragas, se incorporó hasta quedar sentada, abrió las piernas y contempló que de ella pendía un escroto que abrigaba sin atisbo alguno de dudas, un buen par de perfectos y ovalados testículos que pendulaban en insolente armonía rozando el suelo.


Se llevó una mano a la boca para acallar un grito y un llanto floreciente, mientras que sus ojos miraban frenéticos en todas direcciones buscando alguna explicación. Lo primero que pensó fue en ir a la cocina, hacerse con el cuchillo más afilado y cercenarse el escroto y tirarlo a la basura. Desde luego y nunca mejor dicho, tenía huevos para hacerlo, pero desechó la idea de morir desangrada y profirió una risotada histriónica por la incomprensión de aquella situación desquiciante. Se le ocurrió que podría llamar a urgencias; sí, eso es: vendrían a por ella, la llevarían a quirófano y le extirparían aquel par de malditos cojones. Pero justo cuando se disponía a alcanzar el teléfono, a los dos primeros pasos se elevó en el aire y sus pies dejaron de tocar suelo. Su escroto, ahora compacto y redondo, había aumentado al tamaño de un seiscientos. Lena se encontraba sentada sobre sus propias pelotas en un precario equilibrio, oscilando como una boya en altamar. Hasta que finalmente la gravedad ganó la partida y rodó hacia delante impactando de bruces. Su cara se estrelló con violencia produciendo un sonido sordo, pero Lena era una mujer dura y no se permitió ninguna lágrima, aun cuando el dolor de haberse roto el tabique nasal y un par de dientes le laceró el rostro como un latigazo de fuego.


Lena permaneció unos segundos aturdida en un mundo de sombras. Pasados unos minutos, recobró la visión y en un gesto inconsciente pasó el dorso de su mano por la cara, ensangrentándola. Ante ella tenía el ancho pasillo que en poco más de siete metros acababa en la puerta de entrada de su piso de planta baja. Solo tenía que cruzar aquel tramo de superficie, alcanzar el pomo de la puerta y salir a la calle. Una vez fuera, los transeúntes la verían y los menos cobardes acudirían en su ayuda. Intentó ponerse en pie pero le resultó imposible, así que pertrechada de esperanza y con la resolución que otorga el instinto de supervivencia, empezó a arrastrarse como si fuera una enorme araña de cuatro patas, espeluznante criatura de pesadilla. Desde el suelo y con el peso que tenía que desplazar, aquellos casi ocho metros de pasillo parecían la distancia insalvable de una vasta autopista. Se arrastraba pesadamente, resoplando y respirando con dificultad, intensificando a cada movimiento de piernas y brazos el dolor que palpitaba furioso en su nariz destrozada.


En aquel reptar tortuoso, creyó sentir la mirada solemne de aquellas fotos de rostros enmarcados que flanqueaban ambos lados del pasillo. A su izquierda la miraban sus amigas Cabeza Reducidita, Arma Di, Shakesphobic y Mia Mo. A su derecha y con igual impasibilidad, la contemplaban Virginie Despentes, Valerie Solanas, Margarita Nelken y su médico de cabecera, Josef Mengele. Todas ellas eran personas a las que quería y admiraba, por lo que se infundía ánimos diciéndose a sí misma que no podía fallar. Tenía que lograrlo y despertar victoriosa del delirio enfermizo en el que estaba inmersa. Cuando pareció que el pomo de la puerta dejaba de ser una mera visión a ser algo palpable y real, el escroto de Lena volvía a crecer. Las paredes empezaron a agrietarse desde el suelo hasta el techo. Crecían y crecían. El pasillo se derrumbó en un montón de escombros y los cristales por donde entraba la luz de la noche empezaron a resquebrajarse. Crecían y crecían. Los ventanales y las paredes exteriores estallaron como metralla mortal en todas direcciones ocasionando múltiples bajas. El escroto de Lena se extendía por la civilización como un alienante mar de lava y ella, desprovista de toda cordura, abrasaba sus cuerdas vocales en gritos desgarradores de sinrazón e impotencia.


Los cojones de Lena Prado crecían y crecían. Con los primeros rayos del sol, el caos ya se había adueñado del mundo y la locura del universo.





Post scriptum: Todos los nombres y nicks que aparecen en esta breve narración kafkiana, corresponden, algunos, a personas que existen y otros, a personas que han existido. Todo escrito desde el cariño.

Publicado Por Cabronidas

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