martes, 1 de enero de 2013

El Pobrecito Hablador del siglo XXI. Escritor.


Teoría de los sueños impresos

No sé si empezar por explicar con quién soñé recientemente o mejor abro la entrada perorando sobre los sueños, sus significados y sus misterios  para, a continuación,  rematar  la faena en una segunda parte  con la historia del protagonista del último impreso que he tenido.
 
Porque hay sueños impresos y sueños nebulosos. Los últimos son aquellos de los que apenas recordamos nada, figuras desdibujadas, cierto desasosiego, luces y sombras, o  a lo sumo, una acuarela aguada y deslavazada incapaz de dejarnos la menor huella en la conciencia o en la inconsciencia, más allá de un pegote de semen seco sobre la sábana o del sobresalto del vértigo sudoroso en la cama.
 
Por el contrario, un sueño impreso  es aquel del que uno es capaz de  recordar,  con  detalle, caras, personajes, voces, espacios, sonidos, frío, calor, tiempo y hasta olores y todo tipo de sucesos.
 
Un sueño impreso es  la autobiografía gravada en la inconsciencia de aquello que vivimos mientras dormimos, y que es esencial y forma parte de nuestra vida en el más estricto sentido de la expresión. Debido a la trascendencia de lo que en ellos acaece,  todo su desarrollo pasa a formar parte de nuestra existencia, de nuestra personalidad e incluso de nuestra mismísima anatomía, como si fuese una fina capa de piel, la pleura a través de la que respira un superyó latente, con  la misma entidad y categoría  que cualquier recuerdo de cualquier avatar trascendente de la vida.
 
De hecho, lo que sucede en un sueño impreso es para siempre,   imborrable, imposible de eliminar. Uno está al alcance de padecer acceso agudo de amnesia transitoria, o de sufrir la tragedia terrible del Alzheimer pero, incluso en estos dos casos, lo sucedido en un sueño impreso  sobrevive a la muerte neuronal  porque su materia  pasa a residir en el alma.
 
Ahora mismo, en este momento, si alguien quiere cerrar el blog y huir a la realidad de  You Tube , todavía está a tiempo de hacerlo, porque lo que voy a narrar a continuación tiene todos los atractivos para convertirse en  objeto de investigación por parte de tribunales eclesiásticos y seglares.
 
Aun así,  pese a correr  el  riesgo de quedarme solo con mis letras, o de aullar en el centro de la pira mientras el fuego me devora,   no voy a dar mi brazo a torcer, y defenderé sin abjurar,  o seguiré pensando, que  un buen sueño, lo que yo llamo un sueño impreso, es memoria en estado puro, inmaterial; ideas, personas, sucesos, miedos o anhelos que se alojan dentro de nosotros  y que prueban, más allá de la razón, que somos capaces de vivir dormidos y que, por tanto,  podemos desarrollar una evocación  involuntaria tan poderosa como la consciente.
 
Y como no sé si la narración del último sueño impreso  que he experimentado ocupará más espacio del aconsejado  en internet,  prefiero postergarla para los valientes que se atrevan a seguirla  dentro de una próxima entrega.
 
Hasta entonces, felices sueños.

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