viernes, 20 de julio de 2012

Como un pato mareado. POR MI TRIPI GUAPO.




VIERNES, 20 DE JULIO DE 2012


Cristóbal Colón, el hijo puta y bastardo de un solo testículo


“Digámoslo claro: Colón era un putero”.

Con esa crudeza lo define Fray Mascaró (San Llorenç des Cardassar, Mallorca, 1466-1534) en su manuscrito “Cantar de la tierra plana”, fechado por los eruditos allá por el mil quinientos catorce o quince D.C.

Y yo, desde mi más absoluta humildad, comparto la teoría del franciscano Mascaró, de ahí que no pueda entender la obsesión de castellanos, aragoneses, mallorquines, genoveses y hasta algún que otro polaco en atribuirse la originalidad de semejante individuo cuya pírrica contribución a la humanidad fue la de reventar cuantos prostíbulos ibéricos se le pusieron a tiro y, en una vuelta de tuerca más, joder la vida a cientos de miles de indígenas que hasta su llegada vivían como Dios.

Bien. Creo que ya hemos dejado clara nuestra postura respecto al bastardo trotamundos de un solo testículo, así que resumamos ahora cuál fue su “brillante” trayectoria: con cincuenta y dos tacos, Tofolín –sobrenombre con el que en el mundillo del hampa era conocido el pájaro- vendió a Isabel y Fernando la moto de que en ultramar, allá donde no alcanzaba la vista, todo un pueblo de negritos y negritas (sobretodo negritas) esperaba como agua de mayo la llegada de un conquistador que diese sentido a su existencia y que les regalara el bien más preciado de la época: la civilización.

Tras unos tiras y aflojas por el tema de las comisiones, el hijo de puta de Colón se llevó al huerto a los reyes católicos y en un plis plas se vio surcando los mares con una carabela cojonuda y, encima, con el patrocinio de la realeza. ¿Su objetivo? el expolio, el asesinato, la violación, el genocidio y la humillación continua de cualquier ser viviente que se topara allá por las Indias, o las Américas, o como al Tofolín de los huevos le diera la real gana bautizar.

Después de tres lustros en los que el hijo de puta alternó cuatro viajes a ultramar, y donde él y los suyos hicieron de la depravación y el delito su medio de vida, Colón regresó para rendir cuentas a la corona de Castilla. Fue entonces cuando en vergonzosa alegoría fue premiado y recibió de los mandamases un Ducado, quinientas y pico leguas de secano improductivo y toda una batería de exenciones fiscales que hoy en día harían las delicias del más avispado banquero.

En fin, no sé si Cristóbal Colón era español, ni me importa, pero lo que sí sé es que fue uno de los mayores hijos de puta de la historia. Por eso, cuando viajo a Barcelona, no pierdo la oportunidad para brindar un buen escupitajo a esa efigie del genocida sobre la que las palomas de la ciudad condal –más sabias que nosotros los humanos- se aposentan a defecar y dar su merecido al bastardo de un solo testículo.

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